sábado, 25 de diciembre de 2010

Capítulo 21


Deberían de ser imaginaciones, simplemente imaginaciones. O no.
Alzó la mirada y se encontró con aquel par de cristalinos ojos. Su rostro era marcado por una violenta mueca de dureza. 

-          Creía que eras otra persona.
-          ¿Y Eva? –decía prácticamente ignorándola mirando hacia el interior de la vivienda.
-          No está, supongo que en alguna sesión de masajes –decía como si la presencia de Alexander no le afectase.
-          Pues la esperaré aquí –y así hizo. 

Entró como Pedro por su casa, sin esperar una aprobación o una invitación de entrada. Así era él.
Observó aquel moderno y lujoso dúplex, valorado en una gran cantidad de dinero. A su izquierda se dirigía al amplio salón, dónde iba a esperar a quien fue a buscar.
Cómodamente se colocó en el sofá de cuero negro, posando sus pies también en él. Apresuradamente Amelia se acercó al valioso y costoso sofá del cual había supuesto una gran inversión de los fondos familiares. 

-          Lo vas a ensuciar –decía Amelia sin apartar la vista de los pies de Alexander.

Sostenía a Victoria con demasiada protección, como si allí no estuviera segura. Una parte de razón tenía. Aquel hombre que plácidamente estaba recostado delante de ella no era de fiar al ver lo que vivió la pasada noche. Un tema del cual se sentía confusa y perdida.

-          ¿Crees que me importa? –decía Alexander a regañadientes.
-          Sé que a ti no, pero a mí sí. Los podrías quitar de ahí encima ¿por favor?
-          No, gracias.
-          Eres insufrible.

Alexander le echó una mirada amenazadora, de la cual Amelia se dio por aludida. De golpe, se dio cuenta que en ese preciso momento era perfecto para llevar a cabo su plan. Un momento del cual nadie los podría interrumpir, sin contar la posible aparición de Eva en plena conversación, pero en ese momento lo veía todo de un modo positivo. Sabía exactamente qué hacer, cómo y porqué.
Hizo intención de dejar a Victoria en su parque de juego, pero no, no estaba segura de dejarla a solas con Alexander. Lo miró una vez más y se encontró con la mirada confusa de él y los indefinidos actos de Amelia, no sabía que pretendía hacer, si dejar a la niña allí o no.
Se decantó por un no, y la arropó de nuevo en sus brazos. 

-          ¿Crees que le haré algo?
-          Viendo lo de anoche, puedo esperarme cualquier cosa.
-          Es un bebé.
-          Y yo tengo diecisiete años ¿Qué importa? El daño se hace igual.
-          ¿Crees que yo le hice gritar a esa chica?
-          ¿A caso la respuesta no es más que obvia?

Y apresuradamente Amelia subió las escaleras que conducían a su habitación. Tumbó a Victoria en la cama, mientras ella andaba buscando la prueba, la definitiva de la cual hacía que los habladores cerraran su boca con cremallera y que otras la abriesen sorprendidos. Más bien, le daba igual la opinión de los demás, solo buscaba la de Alexander, suficiente para sentirse de nuevo en paz, es decir, la considerable y la poca que tenía cada día.
Le echó un vistazo al escritorio, los cajones de él, la estantería repleta de libros, la mesita de noche, debajo de la cama, en los armarios, en las cajoneras. Ni rastro del ticket del cual demostraba que ella fue quien hizo la compra del vestido, la hora cuando lo compró y el día, lo más importante en esos momentos. Sabía que no lo había tirado, no recordaba haberlo hecho.
Se sentó en la cama, recordando paso a paso el pasado viernes, que hizo cada minuto y segundo cuando regresó a casa. Puso su cabeza entre sus piernas, cerrando los ojos para concentrarse mejor. Los abrió de nuevo, sin poder recordar exactamente donde dejó el maldito ticket de la compra.
Vio como un papel blanco y pequeño se sobresalía de los pequeños huecos de la papelera situada al lado del escritorio. Curiosa se acercó a ver de qué se trataba.

*
La pequeña de mejillas rosadas jugaba felizmente con sus muñecos, abrazándolos e imaginando como si ellos le hablaran a Victoria, les respondía con sonidos balbuceos y sonrisas inocentes. 

-          ¿Qué es esto? –preguntó Alexander aún tumbado en el sofá, entre sus manos sujetaba un pequeño papel.
-          Léelo –respondió Amelia automáticamente de pie delante de él.

Miró de nuevo el ticket entre sus manos, y luego miró a Amelia una vez más.

-          Oulet, calle Alameda número cuarenta, Alcoy. Teléfono…
-          Eso no, la fecha y la hora.

Echó un largo bufido, viendo que aquella escena no tenía lógica alguna. Igualmente, miró lo que le indicó Amelia.

-          Treinta de octubre del dos mil nueve. Las diecisiete y treinta.
-          ¿Te suena?
-          Fue el viernes pasado ¿Y?
-          ¿De verdad te lo tendré que explicar todo?

Alexander arrugó la frente, aún sintiéndose fuera de lugar. Se pasó la mano por su cabello, sin la menor idea de que cuando lo hacía, hacia un gesto tremendamente irresistible. Alzó las cejas a la espera de que Amelia hablase.

-          Tu estuviste en esta tienda… -mientras decía esas palabras, iba haciéndose un hueco en el sofá para sentarse- Te vi, es decir, me viste.
-          ¿Ah sí? –dijo con un tono de voz tentador- Hazme memoria.

Alexander iba acercándose hacia ella poco a poco, discretamente sin que ella se diera cuenta. Pero Amelia estaba muy atenta a sus gestos y actos, así que ella también poco a poco iba alejándose de él. 

-          Basta ya –y le puso su mano en el pecho para que no avanzara más. 

Estaban demasiado cerca e impidió que su contacto fuera excesivo. Alexander miró la mano de ella posar en él,  justamente en el lado del corazón. Amelia notaba perfectamente los bruscos y violentos latidos de él.

-          Tu entraste en mi vestidor cuando corriste la cortina y me viste casi desnuda, vestida solamente con ropa interior –al escuchar esas palabras Alexander dibujó una sonrisa en su rostro- lo más importante ¡Tenía a mi lado el vestido!  ¿Por qué no lo dijiste eso delante de todos? ¿Por qué no me defendiste? –decía alzando cada vez su tono de voz, furiosa.

-          ¿Cómo querías que me fijara en un trozo de tela teniéndote ahí delante tal y como me has descrito que ibas?

Su mirada recorrió cada milímetro del cuerpo de Amelia. Ella se percató de ello y se sintió totalmente incomoda con la situación.
-          ¡Guarro! –exclamó ella.

El tiró de un brazo, atrayéndola hacia Alexander. Cayó justamente entre sus brazos, estaban los dos tumbados en sofá. Mezclando sus alientos, convirtiéndolos en solo uno.  Los dos sintieron la misma sensación, ese cosquilleo en cuando sus cuerpos se encuentran en contacto, unidos. 

-          Yo no utilizaría ese adjetivo ¿No ves lo bien que huelo?

Era verdad, su aroma era realmente acogedor. Limpio.
Amelia empezó a forcejear para levantarse y retomar su anterior postura. Le ponía realmente nerviosa estar tan cerca de Alexander. Empezaba a incluso hasta sudar. El no podía percatarse de ello, nunca jamás. Verdaderos síntomas de nerviosismo causados por él.
¿Por qué? Amelia podría como excusa su anonimidad, el ser un total extraño para ella. Era una de las causas, pero no la fundamental. La sensación no era la misma. En más de una vez ha estado rodeada de gente que no conocía, en muchas fiestas y cenas. Había tenido más de una charla con aquellas personas desconocidas. Y no, era totalmente opuesto el sentimiento, reacción y comportamiento del que sentía y actuaba del que cuando estaba junto a Alexander. 

-          Suéltame –dijo Amelia a ser su cautiva. Sus muñecas eran rodeadas por sus manos, inmovilizándola.
-          No.
-          Tú siempre tan educado.
-          Faltaría más.

Amelia lo miró rabiosa. El tenía en su rostro una agradable sonrisa. Aquella escena lo estaba divirtiendo. 

-          ¿No estás a gusto? –le preguntó él.
-          Por supuesto que… 

Su voz quedó paralizada al sentir sus labios en su mejilla izquierda, suaves y dulces. Inmediatamente se le formó un nudo en el estómago, y su bello se erizó.
Los dos tenían los ojos cerrados. Alexander iba a avanzando, hacia el cuello de Amelia, iba dándole pequeños besos en el transcurso del camino. Una oleada de tranquilidad hizo que Amelia se dejase llevar y que su cuerpo se relajase.
Alexander llegó a su objetivo y el beso se profundizó. Soltó las muñecas de Amelia para alcanzar a tocar su cabello. Ella no huyó, sino que posó sus manos en su pecho.
Un berrido la hizo despertar. Abrió los ojos junto con los de él. Se trataba de Vic, siendo testigo de la situación. Lloraba desconsoladamente, mirándola. Alexander dejó de besar su cuello, y la miró directamente a los ojos de Amelia, su mirada ardía, necesitaba más, tenía que acabar lo que empezó. Ella forcejeó de nuevo, pero Alexander posaba su mano en la nunca e impedía dejar de mirarle.
No iba a caer de nuevo en la trampa, en el hechizo de Alexander.

-          ¡Está llorando! –gritó Amelia.

Alexander la dejó de sujetar, se levantó inmediatamente y fue a consolar a Victoria. La cogió en brazos, acunándola.
Alexander se sentó, hurgó en el bolsillo de su vaquero y sacó un cigarrillo. Lo encendió y la observó.
Amelia miró a hurtadillas y acertó en lo que el corazón le dijo. Tragó saliva y se acordó que aún llevaba en brazos a su prima, intuyendo de que tenía hambre. Eso era lo que sus berridos querían decir.
Miró por última vez a Alexander antes de salir de la habitación, pero ahora directamente a los ojos. El no se giró para ver como se marchaba, pero si observó cómo se recostaba su cuerpo en el respaldo del sofá, pero su gesto fue violento. Intuyó que era un hombre que no dejaba las cosas a medias.
Amelia era un caso aparte, y así pensaba quedar. En las excepciones.
Cuando pasó por la puerta de entrada, se abrió. Se trataba de Eva. Hablaba por teléfono.

-          Mañana me lo cuentas todo ¡pero todo! ¿eh? Hasta mañana. Un besito –y colgó.
-          Tienes visita –dijo Amelia.

Y sin dar más información se encaminó hacia la cocina para prepararle un biberón a la Victoria.
Eva le puso mala cara cuando ella se marchó, y miró hacia el salón donde supuestamente debería estar aquella visita para Eva.

-          ¡Alexander! –exclamó al verle en el sofá.

El se giró al escuchar aquella voz tan familiar. Ella se tiró en sus brazos, y Alexander la abrazó.

-          Que agradable sorpresa, pequeña –y la besó.


Desde la cocina podía oír sus risas. Amelia solo podía sentir una punzada en su estómago. De rabia ¿quizás? Si, así era. Lo admitía.
Terminó de darle el biberón, la pequeña quedó adormilada. No quería ir a la cocina y encontrarse a los dos acaramelados en el sofá. De solo imaginárselo la irritó. Se sentó en una de las sillas, y encendió la televisión para hacer tiempo. Victoria se durmió entre sus brazos. 

-          Te debo una, pero bien grande –susurró.

Amelia pensó en las consecuencias que pudieron haber si no hubiesen sido interrumpidos por Vic, sino por Eva. Hubiera entrado en el salón… y descubrir todo el pastel.
Su respiración se agitó, se puso nerviosa de solo pensarlo. Su hermana se hubiera puesto histérica, ida y totalmente loca. Mejor no saber exactamente su reacción, solamente imaginársela, que solo se quedase en eso.
Esa tarde, la suerte estaba de su parte.
Oyó como unos tacones subían las escaleras, solamente esos pasos. Quería decir que Alexander aún estaba en la misma planta que Amelia. Por fin no tendría que presenciar aquella escena de enamorados. Tenía que dejar a Victoria descansar en su trona, en el salón.
Respiró hondo, y se encaminó hacia su meta.
Mirando solamente a la criatura que llevaba en sus brazos, pero su instinto la delató. Presenció a alguien más en el vestíbulo, en medio camino hacia el salón. No se podía tratar de nadie más a parte de Alexander.

-          Por supuesto que…
-          ¿Qué? –preguntó Amelia al no entender lo que decía él.
-          Lo último que me dijiste, no terminaste la frase. Por supuesto que… ¿Si o no?
-          ¡Por favor! ¿Tú qué crees?

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