sábado, 25 de diciembre de 2010

Capítulo 19


-          Podría ser, pero tus razones por ello son falsas.
-          ¿De qué le rompiste el vestido a Eva? Yo veo que es una razón bastante obvia ¿No crees?
-          Yo no lo hice, supongo que te puso morritos y ese par de ojos de cordero degollado, y fuiste manipulado. Y de veras, no tienes pinta de ser un tipo de esos.
-          Y no lo soy. 

Iban avanzando entre la gente, era una noche apacible, sin muchos clientes. Era un lunes. Alexander iba delante de Amelia, guiándola hacia la barra.

-          No lo demuestras. 

Se giró hacia ella y le dedicó una fulminante mirada.

-          Oye niñita, te poniendo pesada ¿eh? Deja el puto tema ya. Por algo le romperías el vestido y no lo quieres admitir.
-          Se lo rompió delante de mí, con sus propias manos.
-          Eso ya lo he escuchado antes, eres muy repetitiva.
-          Te lo repetiré todas las veces que haga falta hasta que me creas.
-          ¿Por qué te importa tanto lo que piense? 

Ella agachó la cabeza hacia el suelo, no esperaba esa pregunta, no estaba preparada para responderla, ni siquiera lo sabía ella.

-          No quiero que la gente se haga una imagen falsa de mí –mintió Amelia.

A ella nunca le había importado sobre lo que pensara la gente, Amelia sabía quién era, cómo era, que hacía, solo bastaba ser ella la única en creérselo.

-          Tú mirada te delata.

Ella alzó velozmente su rostro y lo miró directamente a él, transmitiendo en su mirada “¿Qué has querido decir con eso?”

-          No me conoces.
-          Ni tú a mí, estamos en paz.

Sin darse cuenta, sus pasos ya la habían llevado hacia la barra donde sería su lugar de trabajo.

-          Hola Leire.

Así se llamaba aquella chica que sostenía un par de vasos en forma de tubo, limpiándolos. Tenía una piel perfectamente bronceada a pesar de estar bien entrado el otoño donde los días de sol eran contados. Su aspecto era agradable para cualquier chico, ni siquiera Amelia, siendo una chica, no podía decir que Leire no era guapa. No poseía una larga melena sacada de algún anuncio o película, y eso hacía que fuera más bien original y única. No le llegaba más debajo de sus hombros, y por la parte de atrás pudo observar que lo tenía aún más corto, sobre ambos lados de los hombros caían dos mechones en forma de pico de un tono oscuro como la de una noche solitaria. 

-          ¡Hola! –dijo ella energéticamente.
-          Ella es Amelia, tu nueva compañera.
-          Genial, encantada. Soy Leire.

Leire se acercó para darle dos besos. Ella aún mantenía su temblor en sus manos y ella pudo notarlo al posar Amelia una de sus manos en su hombro.

-          ¡Vaya, tiemblas! ¿Te ocurre algo?

Amelia en seguida miró a Alexander, él alzó las cejas con el gesto de decir “Cállate”.

-          Debo de haber cogido un resfriado, tengo frío, mucho frío.
-          Estos cambios de temperatura suelen afectar, seguro que no será nada grave –dijo amablemente Leire.

“Es una persona muy amable para estar en un sitio como este” pensó Amelia.
La causa de sus temblores era alguna de las consecuencias del shock que estaba pasando, había estado a punto de ser violada, tenía motivos para ello.

-          Si, supongo que será eso –mostrando una sonrisa forzada.
-          Leire, la tendrás que ayudar estos primeros días que empiece a trabajar, la verdad es que no tiene ni la menor idea sobre este mundo de las bebidas alcohólicas.
-          Necesitaba desesperadamente un trabajo, no podía perder la oportunidad, aunque no tuviese idea de lo que me han ofrecido –decía Amelia siguiéndole el rollo, soltando una pequeña risita al final.
-          Para eso estoy aquí, para ayudarte. No te preocupes, en un par de noches lo tendrás perfectamente controlado.
-          Gracias.

Leire siguió con su tarea de limpiar lo ensuciado por aquellos arrastrados que acudían a aquel lugar. 

-          ¿Empiezo hoy? –preguntó con voz baja.
-          No, solo trabajarás los días que hay ajetreo, los viernes y sábados. 

Amelia asintió sin que le saliera alguna réplica, ya no tenía opción.
Se despidieron de Leire y Alexander acompañó a Amelia hasta la puerta, pero no antes sin tener una última conversación.

-          Te advierto de que vuelvas el viernes a la una, si no quieres tener problemas.
-          ¿Qué pasaría si no lo hago?
-          Tu limítate a venir, así de simple ¿Lograrás hacerlo? Además, se dónde vives.

“Por mi hermana” pensó Amelia. Estaba acorralada.

-          ¿Por qué estás metido en esta clase de “trabajo”? –no supo cómo llamarlo.

Mientras decía esas palabras podía observar como un hombre le decía algo al oído de una trabajadora de aquel lugar, mientras le ponía un fajo de billetes en su escote. Ella bajó de su tarima y él la cogió de la cintura y se dirigieron escaleras arriba, situadas al fondo del todo y los perdió de vista.

-          Métete en tus asuntos.
-          No creo que entraras por tu propio pie ¿A qué clase de persona le gustaría estar entre esta gente?
-          A alguien que no tuviese opción.

Alexander la dejó la palabra en la boca al irse repentinamente de nuevo dentro del local, Amelia tenía para él mil preguntas para formularle pero Alexander no se dejaba, huía en el momento adecuado para él.
Tiempo al tiempo, todo llegará en su momento.

Silenciosamente introduce la llave que abre la puerta de su casa, sin hacer el menor ruido. Miró de nuevo su reloj, aunque hacia escasos dos minutos que lo había mirando de nuevo. Las doce y media, había estado fuera de casa cinco largas horas.
¿Habría llegado su madre del encuentro entre sus amigas? ¿Y su padre? Estaba a punto de saberlo.
La luz del comedor estaba encendida, tendría que ser o sus padres o Eva. Avanzó por aquel oscuro pasillo hasta llegar a la puerta del salón. Se asomó con cuidado de no ser vista, pero sin poder evitarlo, sus convers en aquel parqué hacían un silbido como el de un grito. Trago saliva.

-          ¿Amelia? –preguntó una vocecilla inaguantable.

Amelia se apresuró para dar media vuelta y dirigirse escaleras arriba, pero oyó de nuevo bramidos de Eva.

-          ¿Dónde has estado?  ¡Sabes que estás castigada! Cuando se lo cuente a los papas vas a flipar.
-          ¿No están?
-          No, esa es la suerte que has tenido. ¡Pero se lo pienso decir!

Eva ya vestía con su tradicional pijama rosa fucsia, su pelo recogido en una pinza y entre sus manos una revista de moda.

-          Me da igual –decía con toda seguridad Amelia.
-          ¡Oh! Ahora puede que sí, pero verás cuando lo sepan ¡Te vas a cagar!
Ella siguió su trayecto hasta su habitación y esta vez no se le olvidó pasar el pestillo.

Aquella noche llegó tarde a su casa, como cabía esperar de su horario de trabajo nocturno, el único que tenía. Y del cual deseaba no tener. ¿Por cuánto tiempo tenía que seguir con esa vida? No le veía el fin, Alexander ha sido el que ha pagado el peso de la deuda y culpabilidad.
Se abrió de golpe la puerta de la habitación, alarmándolo. Giró su cabeza hacia el lugar donde se había producido la irregularidad. Era su padre, con la mirada perdida, quizás sin saber donde se encontraba.

-          ¡Ay! Esto…esto no es el meaor – intentaba vocalizar.
-          Gran observación –decía Alexander irónicamente.

Él se levantó de la cama, para despacharlo de allí inmediatamente. Olía asquerosamente a alcohol, su aliento le dejó sin respiración.
Una gran furia le invadió.

-          ¡Hostia! Tú no aprendes ¿o qué? No te conformó con aquella paliza que casi te deja en el sitio. Tú sigues y sigues… hasta el día que te entre un coma etílico y de verdad, ese será uno de mis mejores días de mi vida.
-          Hijo… eso ha dolido.
-          Tú no sabes lo que significa la palabra dolor –decía secamente.

Repentinamente, Alexander dio un fuerte golpe al mueble que había a su lado. Necesitaba descargar todo su ira y rabia. Por él, se había tirando encima de su padre, pero algo le impedía a ello.

-          ¿También te drogas? –preguntó Alexander.

El miró al suelo, sin saber muy bien qué decir, pero él sabía que aquello que había dicho su hijo era…

-          Afirmativo.

A Alexander no le hizo ni pizca de gracia la enérgica y arrogante contestación de su padre. Lo decía bromeando, como si fuera 

-          ¡Maldito arrogante de mierda! ¡Me das asco! –gritó Alexander con toda su furia acumulada.

Ya se oían por el pasillo apresurados pasos de una madre preocupada por saber lo ocurrido de los gritos de su hijo.

-          ¿De dónde coño la sacas? –preguntaba amenazándole.
-          Por ahí…

Isabel ya se encontraba en el lumbral de la puerta, observando la situación e intentado evitar cualquier tragedia.

-          Mamá ¿tú lo sabías? –decía él.
-          Yo… sabía que no solo bebía, tenía los mismos síntomas que hacía un par de meses cuando él… hacía lo que sabemos, pero no estaba segura…
-          ¡Ya ves que si! Siempre lo mismo, hostia.

Sergio se sostenía en el mueble que tenía a su lado, intentando mantener el equilibro, todo la habitación de daba vueltas. Tenía entrecerrados los ojos, todo lo veía borroso a causa de los efectos de la droga que se había tomado.

-          No debería haberte ayudado ese día, ojalá hubiera sido así.
-          ¡Alexander! –gritó su madre, a punto de estallar en lágrimas.
-          ¡Es la verdad mamá! ¿Sabes de todos los marrones de los cuales no estaríamos metidos en estos momentos? No, perdón, de los cuales yo solo estoy metido –decía- Odio lo que hago por qué él no puede ganárselo por sí mismo y lo tengo que hacer yo, maldita sea.
-          Al menos, alguien se está ocupando de esto –decía Isabel.
-          No debería ser yo, no tengo nada que ver con el lio que tiene entre manos tu marido, no soy el responsable de sus malditos actos.

Sergio intentaba seguir la conversación a sabiendas que tenía que decir algo sobre lo que estaban hablando, pero no tenía la suficiente concentración para decir algo coherente, en su mente zumbaba un odioso pitido del cual le estaba haciendo dolor de cabeza.

-          Sabes que te dijeron a ti que lo hicieras.
-          ¿Por qué yo?
-          A mi… no me verían capaz –murmulló Sergio.
-          Tú no eres capaz ni de encontrar el aseo, anormal.
-          ¿Esas son maneras de hablarle a tu padre? –mencionó Isabel.
-          Él ya dejó de serlo.

Sus pensamientos le hacían que su concentración se fuera al garete, ni siquiera oía las palabras que pronunciaba la profesora de castellano, Anabel.
Pasó parte de la noche sin quitarse de la cabeza aquel hecho transcurrido en la noche, fueron pocas las horas de sueño. Incluso soñó con ello.
Entró en trance, tenía demasiadas preguntas en su cabeza. Eran demasiadas, incontables. Cerró los ojos, imaginándose una vez más mientras estaba a punto de ser violada por ese hombre. ¿Por qué lo hacía? Sabía que aquello le ponía los pelos de punta, incluso le empezaban a temblar las rodillas. Si Alexander hubiera llegado un minuto más tarde, habría sido víctima de una violación. Tenía que parar de pensar en eso, hacía que lo tuviera aún más presente en ella. 

-          ¿Hola? ¿Amelia? –preguntaba Elena.

Ella abrió los ojos de repente, aturdida. Se dio cuenta que ellas dos eran las únicas en la clase. Dedujo que el timbre ya sonó, dando paso a los veinte minutos que duraba el recreo. Se habían quedado las últimas. Había pasado la hora volando, para Amelia habían sido como cinco minutos.

-          ¿Si?
-          Estás en la luna, venga vamos.

Salieron de la clase, dando paso para ir al patio. Amelia tenía la mirada perdida, dando paso a su mente a otro lugar. Estaba sumergida en los recuerdos.

-          ¿Te pasa algo, Amelia? Se te ve rara.
-          Soy rara.
-          Es decir, más de lo normal.
-          No sé a qué te refieres.
-          Tú dirás… en las últimas clases no has estado atendiendo para nada, no hablas, se te ve cansada e incluso un poco borde, no te lo tomes a mal, solo quiero ser sincera contigo.
-          Tienes razón.
-          ¿Por qué es?
-          Ya sabes, lo de siempre. Mi hermana, mis padres, los estudios. Se me acumula todo, a veces necesito desconectar un poco.
-          ¿Segura?
 
Sabía que estaba mal mentir a su mejor amiga, pero no le podía contar la verdad. Se metería ella en un lio y él también. Tampoco la creería, aunque fuese Amelia una de las personas de las cuales confía plenamente. Era un problema más para completar la lista.

-          Claro ¿Por qué iba a ser sino?
-          Por eso te lo he preguntado, por qué no lo sabía.

Alzó las cejas, signo de haber dudado de sus palabras, conocía muy bien a Elena. Era lo último que quería, que empezara a desconfiar de Amelia. Pero no tenía otra salida que mentirle.
Un desconocido brazo la cogió de la mano, arrastrándola hacia quien la cogía. Se encontró dentro de los aseos de las chicas y miró de quien se trataba. 

-          ¡Me has dado un susto de muerte! Me pensaba que era mi hermana o algo así –decía Amelia un poco apurada.

Se trataba de Aroa, se estaría escondiendo precisamente de la hermana de Amelia, Eva. Por su rostro pudo deducir que traía noticias frescas.

-          ¿Sabes qué? –preguntó Aroa.
-          No, si no me lo dices.
-          ¡Eva tiene el número de Alexander! ¿Te lo puedes creer? –decía mientras tenía una sonrisa dibujada en su rostro.
-          ¿Y?
-          ¿Cómo que y? Puedes contactar con él, le pillas el móvil a tu hermana y listo ¿A que es genial? –decía entusiasmada.

“Ya he entrado en contacto con él” decía para sus adentros Amelia.

-          Vaya, hoy debo tener la cabeza en otro lado. Es estupenda la noticia, gracias Aroa.
-          ¡De nada! Hoy me ha venido corriendo contándomelo, enseguida he pensado en ti en cuanto lo he sabido.
-          Genial. ¿Algo más?
-          Eso es lo único que tengo, ya sabes, cuando sepa algo más, te lo diré enseguida.
-          Gracias de todas maneras.

Elena entró también al aseo y Amelia la puso al día.

-          ¡Qué bien! ¿Lo llamarás?
-          Sí, claro… en cuanto tenga un rato libre.
-          ¡Anda ya! Que eso son cinco minutos de nada ¿Puedo estar presente mientras lo estás llamando, por favor? 

Amelia lo pensó unos instantes, era un riesgo. Por qué no estaba segura de llamarlo, pensaba que no querría hablar con ella, sus últimas conversaciones habían sido todo menos amistosas, así que una inesperada llamada de ella no lo podría de buen humor. También podría sacar el tema de la pasada noche y que Elena estuviese enterada de todo el pastel. Demasiado complicado todo. Suponían demasiadas inseguridades. 

-          Elena, ya sabes… estoy castigada. No puedo llevarme nadie a casa.
-          No me habías contado esa parte de tu castigo –decía una vez más dudando de sus palabras.
-          Creía que sí.
-          Pues no –haciendo una mueca con la boca.

Otra mentira más, una duda más. ¿Hasta dónde estaba pensaba llegar por mantener a salvo Alexander sobre su dudoso, para Amelia, clandestino trabajo?

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