sábado, 25 de diciembre de 2010

Capítulo 18


Amelia soltó un grito ahogado. Se echó hacia tras, pero la pared ya la estaba aplastando. No tenía escapatoria para huir de aquella situación. Sabía que nada bueno iba a ocurrir. 

-          ¿Y quién eres tú? –preguntó una voz escalofriante para Amelia.

Sonaba tenebrosa, más bien despiadada.
No tenía voz, el miedo la había consumido. Tenía que echar a correr, pero la alcanzaría fácilmente, no era una gran atleta.
Avanzó hacia ella, con una sonrisa dibujada en su rostro. Grandes pasos dio hasta encontrarse a escasos centímetros de ella.
¿Qué le hacía tanta gracia? 

-          Qué joven… Mejor, tendrás las cosas en su sitio –decía con lujuria- ¿Se te ha comido la lengua el gato? Qué raro que no estuvieses con tu amiguita a la cual acabo de hacerle una visita inesperada.

El era la razón de esos gritos. Y los que Amelia iba a sacar de su garganta también.
Abrió la boca, para sacar a flote un agudo y sonoro grito. Y así lo hizo, pero enseguida una mano la silenció. Igualmente, alguien la habría escuchado, y esperase que uno de ellos fuese Alexander.
Su cuerpo estaba totalmente pegado al de aquel hombre. Olía a cigarrillo y  a un  perfume demasiado fuerte. Intentó moverse, pero sus muñecas eran atrapadas por una fuerte mano.
Empezó a llorar desconsoladamente, a lágrima viva. 

-          ¡Oh! No llores… seré rápido y eficaz. ¿No crees que la mercancía deba ser probada antes de sacarla al mercado? 

¿De qué estaba hablando? Se preguntaba Amelia una y otra vez en su mente.
Le quitó la mano de la boca de Amelia, aquel hombre necesitaba dos manos para desnudarla. Ella aprovechó la oportunidad para gritar de nuevo, era lo único que podía hacer para salvarse, por lo que podía notar al estar en contacto con su cuerpo, era musculoso. Era imposible ganarle a un pulso. Ella forcejeaba por salir de sus garras, pero sin éxito.

-          Llevas demasiada ropa amor, voy a ver que tienes ahí abajo… -decía mientras le desabrochaba la chaqueta y la tiraba al suelo.

Ella gritaba, gritaba y gritaba. Nadie iba a su rescate. Ni rastro de Alexander. Todo había sido una trampa.
Se abrió la puerta, dejando pasar la luz proveniente del pasillo, del mismo tiempo que él le quitaba la camiseta y la dejaba semi desnuda de cintura para arriba. Le dio tiempo a desabrocharle el botón de sus vaqueros pero una grave voz lo desconcentró:

-          ¡No! –gritó desesperadamente Alexander.

Por primera vez pudo visualizar el rostro de aquel hombre que tenía encima de sus narices. Tenía los ojos completamente negros, como la furia que había dentro de ella. Era joven, no más de treinta años. Llevaba el pelo prácticamente rapado, no sabía si a causa de la caída de pelo o por puro placer. Sus facciones eran duras, pero atractivas. Pero ahora mismo lo único que podía sentir hacia él era asco.
El giró la cabeza hacía donde provenía ese “no” tan furioso.

-          Ella… no viene exactamente para ese trabajo. 

Amelia podía notar en su voz rabia contenida. A primera vista parecía tranquilo, sus rasgos estaban en total calma. Era lo único que quería que fuese mostrado.
Amelia soltó todo el aire acumulado en sus pulmones, notaba que la presión de su dolor de cabeza disminuía. Había sido salvada.

-          ¿De cuál entonces?
-          Es la nueva camarera que servirá copas detrás de la barra. Me había comentado Sergio que se necesitaba otra más y ahí la tienes.

Amelia no sabía si había escuchado bien, si eran imaginaciones suyas o era la realidad. Pablo se giró de nuevo para escuchar la afirmación de la chica que había estado a punto de violar.
Ella solo miraba a Alexander, él le hacía señales de que dijese que si, moviendo su cabeza de arriba hacia abajo con desesperación.
No debía tardar mucho más en responder, ya estaba poniendo mala cara ante la espera de la confirmación de lo supuestamente obvio. 

-          Eh… sí, soy la nueva camarera a la que estabais buscando –dijo.

No sabía exactamente por qué había mentido por Alexander, pero sintió que si se pusiera en su contra las cosas se pondrían más mal de lo que ya estaban.
El sonrió de nuevo, con malicia pero intentado ser lo más agradable posible, pero se quedó en el intento.

-          Rápido, eficaz y con buen gusto –decía Pablo mientras volvía a mirar de arriba abajo a Amelia – No me puedo quejar de ti, Alexander.

Ella se tapó con los brazos los pechos medio desnudos y bajó la mirada, sintiéndose cohibida por la presencia de dos hombres prácticamente desconocidos para ella. 

-          Disculpa por el malentendido que acaba de suceder ¿Me perdonas? –masculló Pablo.
-          Sí… supongo – dijo muy segura ella.

Alexander, desde atrás le hizo una mueca. Tendría que ser alguien con el que deberías tener mucho tacto, tener las palabras bien medidas. Es decir, alguien importante.

-          Está bien, espero que esto sea olvidado lo antes posible. Me voy, que me necesitan allí fuera.

Como entró en la habitación, salió. Y al pasar por el lado de Alexander le dio un par de palmadas en la espalda y él le respondió con otra más.
Se oyó la puerta que daba paso a ese pasillo cerrarse, es decir, Pablo ya no se encontraba cerca de allí.
Alexander notó como ese agudo pinchazo en su estómago disminuía en dolor, pero aún sentía una pequeña angustia. Soltó aire acumulado en sus pulmones, se echó el cabello hacia atrás, y dejando la mirada perdida. Necesitaba pensar, rápido y eficaz, tal y como lo había calificado su jefe.
Mientras ideaba algo coherente, no se daba cuenta que su ojos habían sido posados en Amelia.

-          No me mires, no vaya ser que vomites –soltó repentinamente ella.

-          ¿Por qué debería? –pillando por sorpresa el comentario.

¡Lo sabía, todo lo que le había dicho su hermana era mentira! ¿Cómo lo pudo dudar?

-          Venga ya, se que te dio y te da asco verme así, medio desnuda.

El avanzó dando grandes pasos hacia ella, hasta quedarse sus cuerpos totalmente unidos. 

-          ¿De verdad crees que esa es la reacción que me produce al verte así? –le decía al oído, con un tono seductor.

Se sentía totalmente unida a él, sentía su respiración agitada, el sonido del bombeo de su corazón, su aliento rozando su rostro, el dulce olor que desprendía cada poro de su piel. Tal sensación que nunca ase aburriría de experimentar.
Sintió un leve roce en su cuello ¿Eran sus labios? Se moría por saberlo. Tenerlo tan cerca le producía un nerviosismo del que no se podía librar. Pero a la vez también le producía una serenidad que intentaba calmar los nervios producidos al acercamiento de Alexander. Se sentía seguro con él, a pesar de lo ocurrido anteriormente creyéndose abandonada, pero finalmente no pasó a mayores lo que hubiera podido ser una desgracia.  ¿Por qué sentía ese sentimiento totalmente en contra a lo que debería percibir? Desconocía respuesta alguna.

-          Sabes que sí –mintió Amelia.
-          No tienes ni idea.

Se agachó hacia el suelo y le dio en mano la camiseta y la chaqueta que anteriormente habían sido derramadas por el casi violador de Amelia.

-          ¿Por qué le has dicho a ese que soy la nueva camarera?

Alexander la miró y contempló una vez más su cuerpo. Tal y como lo recordaba. Ya había tenido el placer de rozar suavemente su piel de porcelana, y sintió exactamente como se lo había imaginado. Suave, delicada y sutil. Levemente broceada, su piel lucía un perfecto tono níveo. Nada que ver con la de su hermana, Eva era más morena, con un tono perfectamente broceado. Dudaba aún que fueran hermanas. ¿En qué se parecían?

-          ¿Qué querías que le digiera? ¿Qué eres una puta? Aquí no puedes entrar sin más, debes tener alguna razón. Y ha sido la primera que me ha venido a la cabeza. No te quejes, te he salvado el culo.
-          ¿Por qué lo has hecho?
-          Por qué, por qué, por qué… ¿No sabes preguntar otra cosa?
-          Solo quiero saber por qué me has salvado el culo, si tú me odias.
-          Lo que tú digas, nena…
-          No, yo no lo digo.
-          ¿El hombre del saco? –bromeó él.
-          Se podría considerar algo así, un saco mugriento y asqueroso del cual tú consideras una amiguita muy cercana a ti.

Alexander entrecerró los ojos y arrugó la frente. Ella mientras se ponía la camiseta y luego la chaqueta.
Repentinamente la cogió del brazo y la condujo afuera de la habitación y traspasaron  otra puerta más a la que prácticamente estaban afuera, pero se dirigieron a la derecha y pudo saber con toda claridad en qué clase de sitio estaba Amelia.

-          Dios…
-          Jesús y el Espíritu Santo.
-          Vale ya ¿no? –decía Amelia cansada de sus constantes bromas.
-          Eres tan… inocente y parece mentira a pesar de las cosas que me han contado.
-          Haces mal de creértelas todas. Supongamos que las cosas que te cuentan salen por la boca de una persona que su nombre empieza por E y termina por va. Ella no es quien dice ser, y yo mejor que nadie lo sé.
-          ¿Qué me estás queriendo decir? –preguntaba Alexander mientras la alejaba de toda esa gente y la conducía detrás de la barra.
-          Lo que te he dicho esta noche era la comprobación de la mentira de mi hermana.
-          ¿Y si todo fuera verdad? ¿Y si te odio y me das asco?

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