sábado, 25 de diciembre de 2010

Capítulo 17


-          ¿Elena? –preguntó de nuevo.

Nada, seguía su camino como si nadie la estuviese llamando. Quizás tendría puestos los casos e impedían escuchar la voz de Amelia. O también que no fuese ella, si no alguien idéntica. Pero era imposible, estaba totalmente segura que era Elena. Así iría tras ella hasta alcanzarla, sus pasos eran fugaces.
Miró al lado izquierdo de la carretera para observar que ningún coche impidiese su paso. Cruzó con avidez y siguió los pasos de la supuesta Elena.
Estaba a unos diez metros más adelante, ella ponía gran atención a algo que llevaba entre sus manos, era algo pequeño. De repente se paró en seco delante de un pub, miró aquel cartel luminoso donde indicaba el nombre de lugar, miró de nuevo entre sus manos e hizo un gesto de negación con la cabeza.
¿Estaría buscando algo y entre sus manos pondría la dirección? Dedujo Amelia.
Reanudó su marcha, dirigiéndose hacia una estrecha calle que cruzaba aquella avenida. Amelia la perdió de vista, sus pasos no eran tan rápidos como los de ella, se apresuró lo máximo posible. Giró el cantón de aquella calle y no la vio por ningún lado. Pero podía escuchar pasos cerca de donde se encontraba. Vio delante de ella unas pequeñas escaleras en zic-zac hacia abajo donde dirigían otro pequeño estrecho callejón, se asomó y vio que la supuesta Elena las bajaba. La siguió, dándole mala espina aquel lugar tan visualmente tenebroso. Podía oler a alcohol derramado en el suelo, y a otras substancias poco agradables de nombrar. Había poca visibilidad en aquel lugar, siguió su instinto sin perder nunca el equilibro por algún resbalón que podría causar ese abundante líquido en el suelo. Le faltaba la respiración, olía fatal. No quería saber lo que realmente estaban pisando sus pies, le repugnaba solo imaginárselo. Elena ya había bajando todos los escalones y siguió apresuradamente su camino. Instantes después Amelia iba tras de ella.

-          ¡Elena! ¿Me escuchas? –le volvió a decir.

Ella ya había puesto fin a su trayecto. Amelia dando grandes zancadas, procurando no pisar aquellos charcos, la alcanzó, poniendo toda su atención en ella y ni siquiera dándose cuenta de donde realmente se encontraba.
Le tocó el hombro haciendo gesto para que se voltease hacia ella y así hizo.
Amelia abrió los ojos lo máximo que pudo. La miró detenidamente observando cada una de sus facciones. No encontraba ni rastro de igualdad con el de Elena. No era ella, todo había sido un mal entendido, la había confundido. ¿Cómo había sido capaz de confundir su mejor amiga con aquella chica?
Iba maquillada en exceso, su edad rondaría no mucho más mayor que ella, unos veinte años. Su pelo era liso, rubio, y no muy largo. Su cuerpo delgado pero femenino, y vestía perfectamente al mismo estilo que lo hacía Elena.
Era su calcomanía a pesar de su rostro tan opuesto.
Aquella chica le dedicó una mirada confusa y frunció la frente. No la reconocía, por supuesto que no, así que se volteó de nuevo.
No le salían por su boca unas disculpas, aún estaba en procesamiento de entender que solo fueron imaginaciones suyas, supuso que a causa de  no tener la cabeza donde la debía de tener.
Se detuvo a inspeccionar donde se encontraba, una única sola luz iluminaba aquel rincón tan escondido. Era del propio local que tenía enfrente de ella, parpadeaba a una gran velocidad, mareando aquel que mirase aquel panel luminoso. Pudo leer en él como que llamaba lo que tenía enfrente de sus narices, era nombrado el Enigma.
¿Qué era eso?
El hombre situado al lado de la puerta principal, daba miedo. Era corpulento, pálido, con cierto tono de enfado en sus facciones y vestía prácticamente de un único tono, el negro. Su barba hacía que recibiese más respecto de que por sí ya daba. Parecía sacado de alguna película de terror o acción, siendo por supuesto el malo de la trama, pero Amelia pudo deducir que solo se trataba de un simple portero. 

-          ¿Trabajo? –preguntó el doble de Elena con un sonoro acento extranjero del que no pudo adivinar su procedencia.
-          ¡Aquí tenemos de todo! –le contestó él y por la cara que puso Elena, no lo entendió del todo bien, solo supo que sonreír.

Amelia no se esperaba aquella enérgica respuesta de aquel hombre tan serio.

-          Tu también ¿verdad? –le preguntó a Amelia.

Le quiso contestar que no, todo era una equivocación, ella no quería trabajo solo regresar a su casa. Tanto sus pies como su boca quedaron totalmente paralizados sin dar respuesta alguna.

-          Ni siquiera sabe hablar español… ¡Perfecto! –dijo entre risotadas.

Tras el fin de sus risas dijo algo en un tono muy bajito al micrófono que colgaba de su oreja que Amelia no pudo oír, él recibió una respuesta y pudo lograr escuchar “De acuerdo”.
Empezó a temblar de pies a cabeza ¿Por qué no lograba reaccionar ante la situación?
Una figura de un hombre se abrió paso tras la puerta. Era un hombre moreno y alto, vestía con unos pantalones negros de cuero y una camiseta al mismo color sin mangas. Entre sus labios gruesos sostenía un cigarrillo por la mitad. Pómulos firmes y una mandíbula perfectamente prominente hacían de él un hombre que podía tener cualquier cosa a su alcance debido a su atractivo. Tenía los ojos posados en el suelo, ocultando su mirada.

-          ¿Dos? –preguntó él notando delante suya dos cuerpos.
-          Si, como ves –le contestó el portero.
-          Solo había sido informado de una única interesada –dejando sus palabras un verdadero tono masculino.

Alzó por primera vez su mirada, Amelia observaba a su alrededor, ideando de cómo salir huyendo de aquel callejón de mala muerte.
Amelia volvió su mirada hacía la entrada del Enigma, aquel hombre que había salido tan decidido de aquella puerta, tenía posada su mirada en ella. Pudo notar que era atravesada por aquel par de ojos azules cristalinos.
Era imposible, estaba totalmente fuera de lugar que aquello fuese cierto.
¿Alexander?
El aún estaba más atónito que la propia Amelia.
Alexander estaba dispuesto a echarla de allí y que nunca más volviese, pero había testigos e iban a sospechar de la fuga repentina de una supuesta interesada para trabajar. Se cruzó con la mirada de Raúl, el portero, que empezaba a poner mala cara ante la duda y espera de Alexander, no tenía otra escapatoria, ella tendría también que entrar. No iba a arriesgarse, no había salida a la vista.
Todo sucedido relativamente muy rápido. Alexander la cogió de un brazo con excesiva fuerza, obligándola a entrar a ella también. Todo estaba demasiado oscuro, los ojos de Amelia no podían visualizar prácticamente nada. Se dirigieron hacia la derecha, abriendo de par en par unas puertas donde conducía a un largo pasillo iluminado únicamente con una sola tenue luz.
Amelia escuchó que Alexander le decía algo a la supuesta Elena, pero su cabeza le empezó a dar vueltas, del nerviosismo, que impidió no escuchar nada. 

-          Ve a la última puerta que hay en el pasadizo, allí te atenderé en un minuto –escuchó lo que supuso el final de la conversación que tuvo con aquella chica.

No muy convencida, empezó a andar hacia donde Alexander le había indicado.
Cuando oyó la puerta cerrarse, se dispuso a encargarse de Amelia.

-          ¿Qué coño estás haciendo aquí? –preguntó Alexander con un tono amenazador.

Ella no podía alzar la mirada, si se topaba con ese par de ojos le dejarían de funcionar la voz. Amelia estaba pegada contra la pared, ya que Alexander se encontraba demasiada cerca de ella. Podía sentir su agitada respiración, el olor tan dulce que desprendía y un suave contacto con su mano sobre su hombro, ya que la tenía apoyada en la pared. Empezó a subir la cabeza, no muy segura de poder responderle algo coherente. Miró a todo detalle su figura, veía como su pecho subía y bajaba frenéticamente. Su respiración era demasiado rápida de lo normal, una fina capa de sudor cubría parte de los pectorales que podía alcanzar a ver y también su cuello. La verdad, hacía calor allí dentro pero no tanto para sudar. Era uno de los efectos cuando estás nervioso, Amelia sabía todos sus síntomas perfectamente.

-          Tú me has arrastrado hasta aquí dentro. Yo solo me dirigía a casa, esa chica que estaba con nosotros la confundí con mi mejor amiga, la he perseguido hasta alcanzarla y cuando estaba en la puerta de este antro o lo que sea, me he dado cuenta de que no era Elena.
-          ¿Y qué hacía una niñita de tu edad a estas horas tan elevadas de la noche por ahí? Deberías estar durmiendo.
-          ¿Tu qué edad te piensas que tengo? ¿Cinco años o qué? Además ¿Qué te importa que hago y que dejo de hacer?
-          No creo que tengas más de dieciséis. Muy buena pregunta, me importa una mierda. 

Estaba siendo demasiado grosero y desviándose del tema principal, así que Alexander no iba a perder mucho más el tiempo.

-          No, tengo uno más –haciendo caso omiso a su segunda respuesta tan vulgar.
-          Que sí, que muy bien. ¿Qué ostias haces aquí? Y no me respondas con otra pregunta.
-          Ya te lo he dicho –y por segunda vez en la noche lo volvió a mirar a los ojos de Alexander, se mostraban confundidos- He parado aquí por perseguir a la persona equivocada. Así que por favor, me gustaría hablar contigo de una cosa antes de irme.
-          ¿Irte? ¿Quién ha dicho de irse?
-          Yo misma.

Alexander empezó a reírse, era más bien una risa amarga.  

-          Oh bonita, no sabes donde verdaderamente te has metido –siendo totalmente serio en sus palabras- Te ha resultado muy fácil entrar, pero salir… -y dejó la frase sin terminar.
-          ¿Qué me estás queriendo decir? –dijo Amelia asustándose.

Empezó escuchar pasos, muy cerca de la entrada al pasadizo donde se encontraban. Por suerte para Alexander, tenía justamente a su lado una puerta con una habitación totalmente vacía. Abrió la puerta inmediatamente y entraron los dos velozmente.

-          ¿De quién nos escondemos? –quiso saber ante la repentina entrada a la habitación.
-          De la bruja mala.
-          Contigo no se puede hablar enserio. ¿Qué problema tienes con que me vaya? Yo aquí no he venido a buscar trabajo.
-          Espero que así sea. Te han visto, no puedo dejarte irte así, sin más. Sospecharían.

Alexander meneó la cabeza, intentando así poder dejar claras sus ideas. ¿Por qué le estaba dando tanta información?
Se empezaron a oír gritos lejanos, pero no tanto para no poder escucharlos, expresaban dolor en ellos. Amelia puso en tensión todo su cuerpo. ¿Le ocurriría lo mismo con ella?

-          ¡Joder! Me cago en la puta… -dijo furiosamente Alexander.

A Amelia le fallaron las rodillas y se calló fulminantemente al suelo. Alexander fue en su rescate, por suerte no se había golpeado la cabeza así que no había perdido la cabeza.
Lo miró desde ahí abajo, indefensa y sin fuerzas. Había perdido la esperanza, tenía la extraña sensación de que aquello no iba a terminar bien. Ya le daba igual lo que pasase con ella.
Alexander sintió aflorar un sentimiento de protección, cuidado y preocupación. Se puso a la altura de Amelia, doblando sus rodillas. Le tocó la cabeza por si tenía algún rasguño, pero sabía que se encontraba perfectamente. Solo quería notar el contacto de Amelia con él. Le acarició la mejilla, fue un leve rozamiento, pero a ella le produjo una sensación nueva para ella. Empezó a experimentar nuevas cosas que antes no había sentido en su vida. 

-          No te muevas de aquí, pronto vendré. No hagas nada hasta que vuelva. 

Se levantó, se dirigió hasta la puerta, y por último echó una última mirada a Amelia, pudo ver el miedo que sentía a causa de su mirada perdida, lágrimas recorriéndole las mejillas y abrazándose a si misma sentada en aquel mugriento suelo.
Todo su cuerpo temblaba sin poder evitarlo, no podía pensar con claridad. Solo esperaba que todo aquello se acabase pronto ¿Y si acababa igual que aquella chica que gritaba pidiendo socorro? ¿Estaría muerta? Ya no se escuchaban más lamentos. ¿Qué clase de trabajo se podía empeñar allí? Ni siquiera sabía realmente lo que era aquello.
Podía escuchar los pasos de Alexander alejarse por aquel pasillo. Rogó que pronto los volviera a escuchar acercándose. ¿Y si ahora iban a por ella? Alexander le había dicho que iría con aquella chica en un minuto y estuvieron un buen largo rato hablando con Amelia. ¿Y si todo era una trampa? Puede que ahora apareciesen un par de matones y la asesinaran allí mismo.
Su imaginación estaba yendo demasiado lejos, pero no podía parar de pensar por qué aquella chica empezó a gritar desconsoladamente.
Se sumió en sus pensamientos, haciendo caso ajeno a donde se encontraba. Todos sus intentos por poner la mente en blanco se fueron al garete, no había forma de poder salir mentalmente de aquella pesadilla.
Se intentó levantar, aunque las rodillas le fallaron un par de veces, pero lo logró. Inmediatamente, se quedó quieta donde estaba. Oía pasos, distintos a los de Alexander, supuso que no sería el. Eran demasiado fuertes y sonoros. Tragó saliva. Dio un par de pasos hacia la derecha, sin poder evitar tropezar con un par de sillas, tumbándolas al suelo y por supuesto haciendo un gran estruendo por la caída. Inmediatamente el sonido de los pasos silenció, dando media vuelta para dirigirse al sitio donde se había producido tal desigualdad sonora a comparación del silencioso lugar poniendo a parte aquellos gritos anteriormente producidos.
Se abrió la puerta lentamente, haciendo un ruido muy inquietante. Apretaba con todas sus fuerzas su labio superior contra sus dientes hasta saborear un amargo sabor a hierro. Estaba sangrando debido a la fuerza que emprendía al mordérselo.
Aquel hombre situado en la puerta no era a quien estaba esperando, su rostro no le era nada familiar con el de Alexander.

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