sábado, 25 de diciembre de 2010

Capítulo 15


Eva mostró una sonrisa lo más creíble posible. Empezó a aterrorizarse. Lo último que quería es quedar como una mentirosa precisamente delante de él. Pero si vio algo más en aquel vestidor, lo tendría que haber dicho delante de la escena que montó Eva el sábado o en ese preciso momento que se había tocado el tema. Y haber defendido a Amelia en vez de a Eva días anteriores. Como que así no fue, Alexander no vio nada, como podía suponer ante la reacción de las preguntas que le hizo Eva, mostrándose totalmente normal. Ella había dicho ante todos que era suyo, y delante de él también. Era muy difícil leer el rostro de Alexander, era totalmente inteligible.  O era un perfecto actor o decía realmente la verdad.

-          ¿Al final como quedó el asunto? –preguntó Alexander.

Se está haciendo demasiadas preguntas, pensó Eva. Desearía estar en esos momentos en su cabeza y realmente saber que pensaba y que vio ese día.

-          Ha sido castigada indefinidamente –y puso punto final al tema.

No quería arriesgarse más hablando sobre aquello. Además, era agua pasada. Lo hecho, hecho está, no podía hacer nada para cambiarlo.

-          ¿Y para que me has traído aquí?
-          Para hablar todo lo que teníamos pendiente. Y así lo hemos hecho.
-          Aún te falta una.
-          Alexander pensó. No sabía a qué se refería, y se lo preguntó directamente:
-          ¿Cuál?
-          ¿Qué somos, Alexander? –preguntó Eva, totalmente atenta a su respuesta.
-          Personas humanas.

Eva le dio un codazo y el soltó una adorable risa seductora.

-          ¡Anda ya! No lo digo en ese sentido, como bien sabrás.
-          No lo sé, deja que el tiempo lo diga.

Eva lo miró y dibujó en su rostro una sonrisa

-          ¡Tiempo! ¿Estás ahí? –Decía Eva- ¿Me podrías decir que somos Alexander y yo? –decía al cielo, gritando más no poder.

Alexander se unió a las risas de Eva, hasta que los dos sintieron que sus mejillas les dolían de tanto forzar la sonrisa y sus estómagos emitían un pequeño dolor.

-          Yo tampoco lo decía en ese sentido –añadió Alexander después de las risas.
-          Simplemente te seguía el rollo- y momentos después se abalanzó sobre sus labios.

Tenía los dientes en tensión, cerrados y apretados. La mirada fija en la puerta de salida del instituto. No veía ninguna moto y aún menos a Eva. Tuvo la intención de meterse un dedo en la boca y morderse la uña, pero lo pensó dos veces, no iba a estropear su costosa manicura por los nervios. Ya había sonado el timbre indicando el fin de las clases, y ella aún no había regresado. 

-          ¿Dónde se ha metido esta niña? Se la está jugando – se preguntaba Amanda.
-          Tranquila, estará al caer –dijo Jessica dándole ánimos.

Jessica, era una más del grupo tan amplio que contaba el clan tan famoso de los populares del instituto. Era alta, esbelta, guapa, largos cabellos oscuros casi negros, ojos color de la noche y dulces pecas rodeaban sus mejillas dándole un aire muy juvenil. Y como todas, aparentaba lo que no era. Cada uno de ellos tenían cuatro cosas en común: la falsedad que reinaba en ellos, la facilidad que tenían para manipular a la gente que le rodeaba, el egoísmo por ellos mismos y  la incontrolable venganza hacía los demás.
Un sonoro estruendo de moto, venía desde debajo de la cuesta, subía a toda velocidad. Seguidamente Eva se quitó el casco y se lo dio a Alexander. Le dieron un beso de despedida y antes de que se pusiera en marcha de nuevo, se escucho de los labios de Alexander “te llamaré” y desapareció en un abrir y cerrar de ojos, bajando de nuevo aquella empinada e infernal cuesta.

-          ¡Casi llegas! ¿Sabes que tu madre estará a punto de venir? ¿Y si te hubiera pillado ahí subida en la moto con Alexander? –dijo muy preocupada.
-          ¡Ha sido la mejor mañana de me vida!
-          Cada loco con su tema… -dijo en un suspiró Amanda, como si todo su sufrimiento por su mejor amiga no hubiera valido la pena- He estado preocupada por ti ¿sabes? Me pensaba que no ibas a venir.
-          Todo ha salido bien Amanda ¿no lo ves? He venido a tiempo, mi madre no se va a enterar de nada y soy feliz –dijo alegremente Eva.
-          Has tenido mucha suerte, Eva –dijo Jessica- ¿Qué tal con tu amiguito?
-          Unos pitidos de un claxon interrumpieron la conversación. Provenían del coche de su madre.
-          ¡Mañana os lo contaré todo, ha sido espectacular! Os quiero chicas –y se dirigió hacia el coche.
-          Nosotras también a ti –le contestó Amada, aún apurada de su nerviosismo pasado.


Amelia estaba sentada en el asiento trasero, sacó de su mochila su Ipod, conectó los auriculares y fueron directos a sus oídos. La música hacía que su mente se encontrase en otra parte, ignorando la realidad. La transportaba a un mundo todo podía ser, sin limitaciones. Sin hermanas insufribles, de risitas ahogadas, de seres que aparentan ser más de lo que no pueden alcanzar, de promesas incumplidas, de puñetazos en el corazón y de heridas no cicatrizadas.
Cerró los ojos para sentir esa satisfactoria sensación. Empezaron a sonar los acordes de la canción The Fray, say when. El cantante empieza a decir “See you there, don’t know where you come from”
Maldita sea, le recordaba tanto a… aquel que había posado sus labios con los de su hermana. Emitió una risita ahogada, aquella lista era interminable para la corta edad que tenía Eva, apenas quince años. Se refería a uno en concreto. Cambió de canción inmediatamente, quería alejar lo máximo posible de su mente a Alexander.
Puso la siguiente canción, era de Skillet, comatose. Empezaba así “I hate feel like this, so time a try to find this”
Directamente apagó el Ipod. Ni siquiera hoy la música lograba alejarla de la realidad.

-          ¿Y papá? –preguntó Eva al entrar a casa.
-          Hoy se ha quedado a comer en la empresa, decía que tenía muchas reuniones y poco tiempo –le contestó su madre.

Ana sacó los macarrones del horno, esperando que ya estuvieran listos para comer. Ama de casa y amante de la cocina, hacía manjares exquisitos de toda clase. Amelia no había pronunciado ninguna palabra desde que entró en el coche, a la salida del instituto ni tenía intención de hacerlo. Estaba demasiado cabreada con Eva y con sus padres por creerles la mentira.
Mientras Ana repartía a partes iguales las raciones para las tres, Amelia ponía la mesa y mientras tanto Eva ya sentada en su sitio, mirando la televisión, concretamente el cotilleo de la primera. 

-          ¡Por dios! Esta varonesa Thysen, tiene muchos millones en el banco, pero para una peluquera ¿no? ¡Por favor, da pena! Siempre lleva los mismos pelos de loca –opinaba mientras veía un reportaje de ella.

Ana se giró para observarla.

-          Tienes razón hija, hace años que lo lleva así. Que poco estilosa…

Amelia soltó un bufido ¿A ellas que más les daba si llevaba el pelo de una forma u otra? Son ganas de criticar por placer. El deporte que más practicaban.
Puso los platos en la mesa y empezaron a comer. Hubo una conversación fluida entre madre e hija a cerca de lo que comentaban en el programa. De fondo la vocecilla de una reportera contando los últimos sucesos ocurridos entre los famosos. Adorable estampa, pensó irónicamente Amelia.
Ella fue la primera en terminar de comer. Quitó el plato de la mesa y junto a su vaso lo depositó en el lavavajillas y se dirigió hacia la puerta para ir a su habitación.

-          Que callada has estado, Amelia –dijo Ana.

Ella se giró y la miró a los ojos. Verdaderamente emitían dolor y sufrimiento. A Ana le dio un vuelco el corazón, veía reflejados en ellos la verdad. 

-          Que ojos de cordero degollado, a mamá no la manipularás –añadió Eva.

“La única manipuladora eres tú” dijo para sus adentros Amelia.
Se volvió de nuevo y reanudó el camino hacia su habitación. Allí se acostó, sentía como su cuerpo pesaba diez veces más de lo normal. La mañana había sido bastante dura, tuvo que pasar abucheos, interrogatorios, miradas de asco y risitas burlonas.
Sus ojos se cerraron lentamente hasta llegar al pleno sueño. Cuando se despertó no sabía cuánto tiempo había transcurrido. Miró el reloj digital luminoso, eran las siete y media de la tarde. Había transcurrido más de cuatro horas. A eso se le llamaba una buena siesta. Pero enseguida se apresuró a levantarse, tenía que hacer los deberes y más tarde ver si había recibido algún mensaje en su blog y si le daba tiempo, escribir una nueva entrada.
Escuchaba las risotadas de su hermana a la otra punta del pasillo, juraría que estaría hablando con alguna de sus amigas, contándole lo que ocurrió esta mañana.
Escuchó cómo se despedía y avanzaba por el pasillo hasta oír los pasos muy cerca de la puerta de su habitación. En seguida, se cogió el libro que tenía en la mesita y lo abrió por una página cualquiera. Como era evidente, abrió la puerta sin pedir permiso, típico de ella.
Se apoyó en el marco de la puerta, observándola. Y empezó a reírse.

-          ¿Un amante de ensueño? –Dijo leyendo el título del libro que sostenía Amelia entre sus manos- Qué título más ridículo y cursi.

Su risa resonó en toda la habitación. Sonaba tan cruel y malvada. Ella lo volvió donde estaba.
Amelia la miró y se limitó a decir:

-          Qué quieres.
-          Tengo noticias nuevas para ti – y se frotó las manos.
-          Amelia esperó a escucharlas.
-          Como habrás podido observar esta mañana, la he pasado junto a Alexander. ¿Sabes que me ha dicho para ti?

Amelia se sorprendió, aunque no iba a hacerse ninguna clase de ilusión, porque venía de Eva, así que sería beneficiosa para ella y para Amelia…. Ahora lo sabría.

-          ¿A mí que más me da? –dijo haciéndose la estrecha, pero se moría de ganas de saberlo.
-          Me dijo que tu imagen casi desnuda daban ganas de vomitar. Le ha parecido muy infantil que llevaras ese conjunto de Hello Kitty. Y que te odia. 

Su respiración se cortó, le faltaba aire. Notaba como todo su cuerpo se ponía en tensión, apretaba con fuerza los dientes y la vista se le nubló.

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