sábado, 25 de diciembre de 2010

Capítulo 14


Alguien se interpuso en su camino, mejor dicho, fue una mirada que no pasó desapercibida. Emitía gran furia y poder. No podía evitarlo, empezó a temblar de pies a cabeza. Su hermana lograba que su cuerpo reaccionase de aquella manera tan brusca, realmente le tenía miedo. Su cuerpo se paralizó y Eva avanzó delante de Amelia. Le echó una última mirada y agitó al son del aire su larga melena castaña oscura. Daba saltitos de felicidad antes de llegar junto a él, sin dudar Alexander le dedicó una seductora mirada y Eva le dio un gran abrazo cariñoso.
Amelia le dio un giro inesperado a su plan, sus pies fueron dirigidos hacia donde había empezado el trayecto. Se sentó en su lugar y no pudo evitar un frío sentimiento de culpabilidad. Pensó que si hubiera ido hacía el un par de minutos antes, todo hubiera podido ser solucionado.
Pero la vida no es tan fácil, no. Hay que afrontar un largo camino lleno de baches hasta llegar a la meta tan deseada, en esos momentos no la veía al final del trayecto por ningún lado.

- ¡Maldita toca narices! –exclamó Elena.
Amelia no tenía palabras para describir su pesar.

- Me pensaba que no vendrías –dijo Alexander, abrazándola por la cintura atrayéndola hacia su cuerpo.
- ¿Por qué no? –quiso saber Eva.
- Llevo aquí un buen rato –confesó él.
- Es por culpa de la imbécil de matemáticas, nos castigó cinco minutos después de sonar el timbre, es odiosa…
- Es que si os portáis mal,  pasa lo que pasa –dijo atrayéndola aún más hacia él, dándole pequeños besos por todo su rostro.
Eva agradeció el gesto tan cariñoso, podía deducir que sería una buena mañana junto a él.
- ¿Yo mala? Te confundes de chica, bonito - dijo con tono de buena niña.
Alexander le robó un beso que a Eva la pilló totalmente desprevenida, pero supo adecuarse a la situación. Fue un largo beso, profundo y con pasión.


A hurtadillas, Amelia los observaba. Oyó la vocecilla de Alicia que la pilló en plena observación.

- ¡Te pillé! ¿Veo un tono verde por tu piel indicando envidia?–dijo entre risas.

Amelia notaba como sus mejillas empezaban a arder, sabía que en un momento y otro se iba a poner roja, pero inexplicablemente lo supo controlar y siguió con su postura.

- En realidad estoy mirando a mi hermana ¿Pero cómo puede llegar a ser la falda tan corta? – improvisó Amelia.
- Desde aquí se ve como te crece la nariz, cariño –dijo Elena, añadiéndose a la conversación- Admite que lo estabas mirando, no pasa nada.
- ¡Que no! Miraba a mi hermana y punto –y seguidamente miró al suelo, sabía que si alguna de las dos la miraba a los ojos, sabrían en un instante que no decía la verdad.

Pero ¿Por qué le costaba tanto admitirlo?
Echó otro vistazo más hacía ellos, veía como se besaban. Supo que no podría aguantar mucho tiempo más, así que se propuso que sería la última vez que pondría su mirada hacia ellos. De pronto, Alexander en pleno beso abrió los ojos de golpe, dirigiendo sus ojos hacía donde estaba Amelia y la pillo en las manos en la masa.
¿La comprobación de que aún seguía Amelia mirándole? Ya podría estar contento, porque así era.  
De nuevo los cerró y Amelia se quedó sin habla.

- ¡Qué descarado! ¿Cómo ha sido capaz?
- ¿Qué pasa? –preguntaron a la vez Elena y Alicia.
- Mientras observaba de nuevo a mi hermana –marcando bien las dos últimas palabras- he visto que Alexander ha abierto los ojos en pleno beso y mirando hacia aquí…
- Seguro que Eva le ha dicho que lo hiciera para provocarte –apuntó Alicia.
- ¿Provocarme? A mí más me da que se esté liando con él o con quien sea.

Elena y Alicia se miraron, con eso bastó todo lo que podrían decirse en palabras.

- Ya… claro –dijo Elena.


- ¿Dónde me llevas? –dijo Eva poniéndose el casco de Alexander.
- A un lugar donde no nos podrá molestar nadie.

Eva no se puso pesada y no añadió nada más sobre el tema. Se subió detrás de Alexander y lo cogió bien fuerte por la cintura.
Sentía como la brisa ondeaba el pelo que le salía del casco, también recorría sus piernas y sus brazos, relajándola por completo. Con él, se sentía segura, se iría al fin del mundo, si hiciese falta. Cerró los ojos, podía sentir la pausada respiración de Alexander sobre su pecho, era una sensación tan especial. De vez en cuando Alexander le acariciaba las manos que rodeaban su cintura, Eva le
Respondía con otro gesto igual.

- Ya estamos –avisó Alexander.

A Eva le sorprendió con qué rapidez pasaba el tiempo cuando estaba con él. Abrió los ojos y vio en el suelo la sombra de un árbol de grandes dimensiones que les ocultaba de los rayos de sol.   
Alexander estaba señalando el interior del parque. Eva se quitó el casco y él lo sujetó. Como no podía faltar, Eva se retocó como pudo el pelo alborotado que le había causado a ponerse aquello en su cabeza. Se puso en su sitio la faltaba un poco subida al montarse a la moto y se colocó al lado de Alexander.
Entraron por una de las múltiples entradas que tenía aquel inmenso parque. Aquella conducía a una pista para hacer diferentes deportes, como patinar, jugar a baloncesto, también a fútbol entre otras actividades más.
La atravesaron y se dirigían a lo más alto de aquel lugar.
Alcoy, la ciudad donde es conocida por sus incontables cuestas empinadas y sus numerosos puentes, aquel parque llamado “El Romeral” como cabía esperar, su terreno no era plano, sino inclinado.
Los diferentes caminos que poseía estaban formados por piedras descolocadas, rectangulares y grises. Un lugar muy poblado de frondosos árboles y de corta hierva. Hacían camino hasta llegar donde Alexander tenía pensado pasar la mañana que les quedaba.
Vio tres bancos de madera, detrás de ese pequeño bosque. Donde tenían una fabulosa vista de toda la ciudad. Era como un mirador, donde abajo se podía observar una pequeña basa habitada anfibios y peces. 

- Nunca había estado aquí –dijo maravillada por ese pequeño rincón tan acogedor.
- Suelo venir aquí muy a menudo, te lo quería mostrar.
- Gracias por la información, ya sabré donde ir cuando te escapes en plena noche.
- Desde luego, aquí por la noche no me vas a encontrar –dijo con total certeza Alexander, haciendo una pequeña mueca para sus adentros.
- ¿Dónde, entonces? –preguntó Eva.
- En mi casa.
- ¡Oh! ¿Llegabas tarde a la hora que te dijo tu mamá que fueras?
- Aunque no te lo creas, si la tengo.
- Venga ya, Alexander. Se serio, por favor. Te recuerdo que este encuentro ha sido para aclarar las cosas.
- Nunca lo había sido más en mi vida –afirmó Alexander, con cierto tono amenazador- Eva, no he quedado contigo para discutir ¿sabes?
- No lo puedo evitar, lo siento. Necesito saber tu repentina huida.
Alexander suspiró. Sabía que no se iba a librar de una digna explicación. Que sin duda, era necesaria explicar.
- Hay muchos malos rollos en mi casa, mi madre… -le desgarraba la voz de solo nombrarla.
- Cuéntame –dijo Eva mientras ellos dos se sentaron en uno de los bancos.
- Las cosas en mi casa no están para ir presumiéndolas, así que… debo estar con ella lo máximo posible.

Eva sabía que no nombraría la verdad, no diría el por qué. Por lo poco que lo conocía, se veía muy orgulloso y frívolo. Tendría que quitar todas las murallas que rodeaban su corazón para ver como realmente era él.

- ¿Qué clase de problemas tenéis en casa? –insistió Eva.
- De todos –afirmó Alexander- Eva, por un rato que me puedo librar de ellos, no me los hagas recordar ¿vale? Te lo pido por favor.
- Algún día me los contarás.
- Quizás –dijo Alexander con tono melancólico.
Alexander le paso el brazo por los hombros de Eva y ella apoyó su cabeza en el firme pecho de Alexander.
- ¡Ah! Por cierto, me tienes que explicar otra cosa –dijo Eva repentinamente y Alexander supuso que se refería a lo anteriormente hablado y puso los ojos en blanco- ¡No! Es otra cosa, no te voy a molestar más con el tema.
- Gracias.
- El sobre el sábado, cuando tú evitaste que mi hermana cayese al suelo, le dijiste “La chica Hello Kitty” ¿O fueron imaginaciones mías?
- Escuchaste bien – se limitó a decir.

Se le vio en mente la imagen de aquel viernes pasado. Sabía que nunca iba a borrar de su memoria ese par de ojos aterrorizados a causa de la invasión de su intimidad que Alexander había cometido sin querer. Ni tampoco ese cabello tan suave y castaño. Y su piel… se imaginaba como debería ser tocarla, tan suave, tan dulce… que parecía irreal de lo perfecta que era a primera vista. 

- ¿Por qué la llamaste así? –dijo Eva sacándole del trance en el que se había sumido.
- La conocí en circunstancias inimaginables –y se rió de solo recordarlo.
- ¿Qué la conoces desde antes? –preguntó atónita.
- Si, me confundí de vestidor, ella estaba casi desnuda y llevaba un conjunto de ese gatito o lo que sea, tampoco me dio tiempo a ver mucho más, enseguida corrió la cortina. Y así la llamo desde entonces.
- ¿Enserio? –y empezó a reír a carcajada limpia de visualizar en su mente como hubiera podido ser aquel momento.

Pero otra parte de su cabeza, pensaba en otra cosa. Si la conoció en un vestidor, eso que quería decir que se estaría probando ropa, lógicamente. ¿Sería el mismo día que ella se fue a comprar el vestido? No podía correr el riesgo que así fuera, todos tenían creído de que ese vestido fue robado de su vestidor.

- Y esto… ¿Cuándo fue? –quiso saber Eva.
- El viernes.

Eva tragó saliva, el mismo día que fue a comprarse el vestido. ¿Había visto algo más que la ropa interior de Amelia?

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