lunes, 22 de noviembre de 2010

Capítulo 6

Sus brazos rodeaban todo su cuerpo, sus rostros estaban muy cerca uno del otro, los alientos se mezclaban por la proximidad de ambos. Esa mirada azulada que ella nunca iba a olvidar y que nunca creía que la viese de nuevo.
Amelia enseguida se apartó de él, lo observó de nuevo, para comprobar que no había sido ninguna alucinación provocada por la situación del momento.

-          ¿Por qué la has sujetado? Tendría que haber caído –dijo Eva entre sollozos mientras abrazada a Alexander.
-          ¿Es ella quien te ha roto el vestido? –le preguntó.
-          ¡Sí! –afirmó Eva.

El brillo de los ojos de Alexander desapareció. La miró con furia, rabia y venganza. Tenía los puños cerrados con fuerza y todo su cuerpo estaba en tensión. En su frente se formaban arrugas a consecuencia de su furia.

-          ¿Por qué coño has hecho eso? – mencionó él.
-          Yo… no lo he hecho –dijo Amelia, muerta de miedo.
-          ¿Ah, no? ¿Me lo he roto yo, verdad? Por gusto, porque me apetecía –exclamó Eva- Eres una avariciosa, me lo has roto porqué es mejor que el tuyo y odiabas que lo tuviera puesto yo ¡Egoísta, más que egoísta!

La gente continuaba murmullando más elevadamente. Se había creado un ambiente tenso.
“¿Todo esto ha montado por un maldito vestido que odio llevar puesto?” Pensó Amelia, pensado cómo iba a salir de esta. Descartó la idea de decir toda la verdad, por qué nadie la iba a creer. ¿A favor de quien estaría la paleta de último curso, en contra de todo lo relacionado con la moda, maquillaje y popularidad? Lo les convenía darle la razón, a nadie le gustaría estar en contra de Eva, la deseada. Por lo visto, la gente no paraba de murmurar hipótesis sobre lo que había ocurrido. Oyó una de tantas por su lado derecho: “Tiene razón Eva, Amelia parece la típica mosquita muerta, pero que en realidad es mas mala que las ratas, tan avariciosa que ha sido capaz de romperle el precioso vestido de la pobre Eva”
¿Era verdad lo que había escuchado? ¿Cómo que nadie, en tantos años, la única persona que se había dado cuenta de que Eva era todo lo que no aparentaba ser? ¿Sólo se dio cuenta Amelia? No daba crédito a la realidad.

-          Dame una sola explicación –le amenazó a Amelia.

Él había avanzado hacía ella, se puso las manos en los bolsillos de sus vaqueros, echó los hombros hacía atrás y se puso muy cerca del rostro de Amelia.
Sus manos estaban sudadas y temblorosas. Su voz le temblaba al hablar.

-          Todo…tiene su explicación… lógica –dijo Amelia dudando de sus palabras.
-          Dímelo –dijo Alexander con un todo firme y amenazador.
-          Eva, vino hacia mí y me arrastró hasta la cocina. Luego… ella misma, delante de mí, se rompió el vestido.

Dicho así, sabía que nadie la iba a creer, parecía una teoría bastante ridícula, pero era la pura verdad.

-          ¡Mentirosa! ¿En serio crees que nos lo vamos a creer? ¡Egoísta! ¡Ambiciosa!...-gritaba la gente reunida allí en la fiesta, abucheando a Amelia.

Le empezaron a caer lágrimas por las mejillas, su larga melena actuó como cortina para ocultar su rostro entristecido.

-          ¿Me has visto a mi cara de tonto, niñata? –le dijo Alexander, aguantando su barbilla con sus dedos, mirándola directamente a los ojos.

Por unos instantes creyó su inocencia, sus ojos decían claramente que ella no era la culpable de lo sucedido, parecía demasiado ingenua para hacer tal cosa.
La soltó de golpe, no sabía qué hacer, lo que había dicho era absurdo, pero lo que realmente expresaba era la verdad. Por primera vez en su vida, dudaba. Alexander siempre había sido un chico muy decidido a todo, todo lo opuesto a inseguro. Tampoco le importaba si las cosas le salían mal, sabía que tarde o temprano las solucionaría, o no, le daba igual. A veces era maleducado con la gente,  demasiado independiente y por supuesto, incapaz de sentir algo por alguien.
¿Qué le estaba ocurriendo ahora? Todo lo opuesto a lo que era, dudaba, se preocupaba y sentía algo.

-          No… -tartamudeó Amelia.
-          Encima que me rompes mi vestido, llevas otro mío –dijo Eva.
-          ¡No es tuyo! –chilló Amelia, sollozando ella también.

Eva agachó los ojos mirando hacía el suelo, pensando en qué decir.

-          ¿Cómo que no es mío? ¿A caso a ti te gustan los vestidos? ¿Tienes alguno? ¡No! Me lo has robado de mi armario.
-          Dáselo –dijo únicamente Alexander- Ella no puede ir así.
-          ¿Ahora? –preguntó Amelia.
-          No veo por qué no.
-          Estás loco ¿Crees que me voy a desnudar delante de todos? –dijo indignada Amelia.
-          Por mi parte, no vería nada nuevo –dijo, dibujando una leve sonrisa en su rostro, un tanto pícara.

Amelia se encontraba entre la espada y la pared. No sabía que hacer. Tenía claro que no se iba a desnudar delante de toda esa gente, debería estar muy desesperada para hacer tal cosa.

-          Aquí no lo voy a hacer –dijo apresuradamente Amelia.
-          ¿Dónde, entonces? –preguntó Eva.
-          En un lugar más apartado y donde no haya gente.
-          ¡Aroa! –gritó Eva.

Aroa, se encontraba entre la gente, observando la escena desde lejos, sin querer meterse para nada en el asunto. Enseguida se dirigió hacía donde estaba Eva.

-          Dime.
-          ¿Podemos ir a tu habitación para cambiarnos? La verdad es que esta escena ha llegado demasiado lejos para que aún se haga más dramática –le explicó Eva- Me lo deberías de agradecer, después de lo que me has hecho –le dijo a su hermana.

Amelia sólo pudo asentir con la cabeza, mirando hacia el suelo y sin poder evitar que sus lágrimas rondaran por sus mejillas.
Eva se despidió de Alexander, con un beso de nuevo muy cerca de la comisura de sus labios, diciéndole que no tardaría nada en llegar y agradeciéndole todo lo que había hecho por ella.

-          Hubiera preferido que ella se hubiese desnudado delante de todos –añadió Alexander.
-          ¿Por qué? –dijo un poco molesta, incluso celosa.
-          Habría sido su castigo.
-          Oh, eso es poco por lo que me ha hecho. Esta se la tengo bien guardada…

Mientras ellos conversaban Elena se acercó a Amelia. Ella no supo que decir, solo abrazarla y llorar más.

-          Me lo tienes que contar todo, no me he creído ni una sola palabra de Eva.

Aroa las acompañó a su habitación, tuvieron que pasar por el pasillo de la muerte, donde solo se escuchaban abucheos para Amelia y comprensión para Eva. El mundo estaba hiendo del revés. Nada tenía lógica. ¿Algún día el mundo funcionaría conforme a la verdad? Amelia ya perdió la esperanza.
Elena iba con ella, no quería quedarse ni un sólo segundo sola, con la compañía de Eva.
Entraron en la casa, delante de ellas aparecieron unas escaleras. Las subieron y se encaminaron hacia la derecha hasta llegar al fondo del todo.

-          Aquí es –y Aroa les abrió la puerta.

Tenía una habitación bien espaciosa, de paredes blancas, delante de ellas un gran ventanal que daba al jardín. A la derecha una cama de matrimonio, una estantería llena de libros y un escritorio bien ordenado. En la otra parte, tenía una televisión y un sofá bastante grande como para que hubieran 3 personas sentadas. También contaba con una gran cantidad de peluches colocados por toda la habitación y una puerta donde daba al vestidor.
Sin decir ni una sola palabra, tampoco hubiera hecho falta, la mirada de furia de Eva lo decía todo. Elena la ayudó a quitarse el vestido, se lo quitó con desgana, sin poder hacer nada por defender a su mejor amiga.

-          Toma, tu vestido –dijo Elena, marcando la palabra “tu” pronunciándola más fuerte.
-          Gracias –dijo Eva, con un tono seco.

Eva se quitó el vestido roto y se puso con afán el mejor vestido que ella se pudiera imaginar. Se lo colocó correctamente, mirándose en el espejo. Se colocó también la cuidada melena.

-          Gracias Aroa por acompañarnos y disculpa la trágica escena que mi hermana a causado.
-          No pasa nada… -dijo Aroa, no muy segura de sus palabras, por miedo de decir algo que a Eva no le gustase.
-          ¡Chao! –se despidió de ella. Para su hermana, le dedicó una rabiosa mirada y le tiró el vestido estropeado a sus pies.

Al irse Eva, Amelia empezó a soltar largos sollozos, dando la sensación de que se estaba ahogando. Aroa y Elena fueron a socorrerla, dándole un poco de agua e intentándola tranquilizarla.

-          Yo… no lo he roto… el vestido –intentó hablar, pero tubo dificultades al pronunciarlo.
-          Lo sé, tranquilízate cariño –le dijo Elena, abrazándola sujetando su cabeza sobre su pecho- Maldita mamarracha.
-          ¿Qué ha pasado? –preguntó Aroa.

Amelia empezó a titiritar, iba solo vestida con ropa interior. Aroa rápidamente le sacó de su vestidor un par de vaqueros y una camiseta blanca.

-          Creo que utilizamos la misma talla –dijo Aroa.

Se vistió y les explicó lo que realmente pasó.

-          Ella vino hacía mi, siendo muy simpática, que te lo diga Elena, estaba presente –Elena asintió- Fuimos a la cocina y me dijo que el vestido que llevaba era suyo, pero es mentira, ayer por la tarde fui a comprarlo con mi madre. Delante de mí se rompió el vestido y se fue corriendo para daros a entender que yo se lo había roto y no tenía otro remedio que darle el mío, que es lo que ha conseguido.
-          ¿Por qué hizo eso? –preguntó Aroa, no muy convencida de su culpabilidad.
-          Eva es la persona más egoísta que puedas conocer. Odia que los demás la superen, quiere ser la primera en todo. Hace todo lo posible por serlo. Se ve que le ha gustado mi vestido, lo quería y lo ha conseguido. Aroa ¿Desde cuándo me gusta a mí la moda, los vestidos y los complementos? ¡Nunca! ¿A mí que más me da tener un vestido que otro? Si me han obligado a ponérmelo el de esta noche ¿Crees que me quiero poner otro? Aroa, me tienes que creer –dijo, llorando- Nadie conoce la cara oculta de mi hermana, pero yo sí…
-          Tranquilízate Amelia –le dijo Aroa- La verdad, tienes razón, no tienes ningún motivo para romperle el vestido de Eva, sé que no eres así de retorcida y mucho menos que seas una adicta a la moda –sonrió para calmar un poco la situación.
-          ¿Qué hacemos? No te podemos dejar como la mala del cuento –dijo Elena.

Amelia pensó unos instantes lo que dijo Elena, la verdad, es que el asunto no se podía quedar así, era injusto. De golpe, una imagen se le cruzó en su pensamiento. Amelia supuso que tenía la solución al problema.

-          Alguien nos puede ayudar.

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