lunes, 22 de noviembre de 2010

Capítulo 4

Alexander siguió calle arriba, pasó un par de manzanas hasta llegar a casa de un amigo, Roberto. Entró en la habitación y se encontró con una inesperada sorpresa.

-          Hola Marta… -dijo con un suspiro Alexander.
-          Yo también me alegro de verte Alejandro –dijo expresamente su nombre en castellano, sabiendo que le molestaba mucho.
-          Es Alexander –dijo con un tono de amenaza.

Los dos se miraron con una fugaz mirada de asco, instantes después cada uno miró hacia un lado opuesto al otro.

-          Siempre estáis igual –bufó Roberto.
-          Lo sé –dijo Marta abrazando a Roberto- No podemos evitar llevarnos mal.
-          Roberto, no me habías dicho que hoy tu novia estaría contigo.
-          Yo tampoco lo sabía hace cinco minutos, acaba de venir.
-          ¿A qué has venido? –le preguntó a Marta.
-          A ti no te tengo que dar explicaciones, sabelotodo –y le sacó la lengua.

Roberto se apartó de ella para dirigirse a la otra punta de la habitación, que es donde estaba Alexander.

-          Marta quiere ver ropa, su hermana no está en la ciudad, así que no la puede acompañar. Tengo que ser yo.

Alexander miró a su amigo y se echó a reír. Le dio dos palmadas a la espalda y se dirigió a hacía la puerta de la habitación para irse.

-          Buena suerte en las compras de tu querida.
-          ¡Alexander! Joder, tenía en plan que tú también te vinieses ¿Tu sabes lo aburrido que es? Así, si somos dos, no será tan aburrido. Incluso, podrá ser hasta gracioso.

Alexander se paró en seco delante de la puerta, se giró y le miró directamente.

-          ¿Gracioso? No sabes de lo que hablas. Puede ser todo, menos gracioso.
-          ¡Venga Alex! Una tarde de compras no será lo peor que pueda pasarte. Para que no os aburráis mucho, os haré un pase de modelos, para que no os quejéis –dijo Marta.
-          Habló la top model –dijo irónicamente Alexander.

Marta intentó hacerle daño poniendo toda su fuerza en su puño y dándole en el brazo, pero le hizo más bien cosquillas.
Finalmente, lo lograron convencer para que fuese con ellos. Fueron a una oulet con toda clase de marcas muy conocidas.

Por otra parte, Amelia y Ana estaban discutiendo delante de la tienda.

-          Pero hija ¿Para qué quieres venir aquí? Nos podemos bajar a Alicante perfectamente.
-          No hace falta tanta molestia para un maldito vestido que sólo me lo voy a poner una noche, porque por supuesto no me vas a dejar ponérmelo de nuevo.
-          Obviamente. Pero si te vas a poner un vestido, que sea por todo lo alto –exclamó Ana.
-          Mamá, verás que aquí hay cosas que te gustarán.
-          Lo dudo… -dijo en un susurro.
-     De verdad, mamá. Elena me ha dicho que hay cosas muy monas.
-     ¿Y cómo lo sabes si a ti nunca te ha gustado ir de compras?
-     A Elena si, y me recomendó este sitio.
-     ¿Elena, la hija de la catedrática y el médico? –preguntó Ana.
-     Si –respondió.

Poniendo fin al tema, entraron a la tienda y poniendo aún mala cara Ana. Ella empezó a mirar vestidos con desgana, pensado que eran de temporadas pasadas aunque de las marcas que más adoraba. Amelia la seguía allá donde fuese. Ana, su cara resplandeció al ver un vestido que captó toda su atención.

En la misma tienda, Alexander no paraba de quejarse de todo.

-          ¿Cómo se puede sujetar un bolso queriendo aparentar ser masculino? –dijo Alexander empezando a estar furioso.

Roberto miró a Alexander cogiendo el bolso de todas las maneras posibles, colgando del hombro, sujetándolo con la mano, cruzándoselo, y demás formas peculiares. Él no pudo evitar soltar una risita ahogada, Alexander la oyó, le dedicó una mirada que congela el aliento. A él no le estaba haciendo nada de gracia aquella situación embarazosa.

-          ¿Aguantas tú la ropa y yo sujeto el bolso? –le preguntó Roberto.
-          Mejor –opinó Alexander.

Se intercambiaron los objetos. Alexander se sentía mucho mejor sin estar sujetando aquello que todas las mujeres solían llevar detrás todo el día.


-          Hija, pruébate este –le dijo dándole el vestido que más le gustó en lo que había visto de tienda.

De repente, sonó el móvil de Ana, le dijo que era una llama urgente y necesitaba contestar. Su madre se fue afuera de la tienda y Amelia sola a probarse el vestido que su madre le había obligado a ponerse.

Alexander y Roberto no paraban de dar vueltas a la tienda mientras Marta se estaba probando ropa. Mientras tanto Roberto estaba aprovechando dándole un vistazo a la ropa que había de hombre, pensó en llevarse un par de vaqueros de D&G rebajados un cincuenta por ciento de su valor auténtico. No quería imaginarse qué cara pondría Alexander cuando Roberto le dijese que también quería comprarse ropa, así que pensó que sería mejor ir otro día sin la compañía de él.

-          Tarda demasiado –dijo Alexander.
-          Ya sabes cómo son las mujeres.
-          Por suerte no lo sé, nunca me ha tocado acompañar a una tía a comprar ropa.
-          ¿En serio? –dijo atónito Roberto.
-          No le contestó, se quedaron un rato en silencio. Alexander, impaciente de esperar, dijo:
-          ¡Joder! Voy a ver qué está haciendo –dijo mientras se dirigía a los probadores.

Entró en la sala de los probadores y fue al último a la izquierda, donde estaba la última vez que la vio.

-          Aún estoy esperando ese pase de modelos.

No hubo respuesta.

-          Ahora no te puedes echar atrás, has dicho que lo harías, venga.

Silencio. Harto de que no obtuviera respuesta, sin dudarlo corrió la cortina del vestidor.
Aquella chica de cabellos largos y castaños claros, con ojos expresivos en forma de almendra coloreados de marrón, labios gruesos, pómulos rosados, en cara de forma de corazón expresaban un tremendo horror.
Aquella chica no era Marta.

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