lunes, 22 de noviembre de 2010

Capítulo 3

-       ¿Tú qué crees? Para que se dé cuenta que yo soy su chica, estoy hecha para él. Debe de ser mío.
-       Eva, no es por quitarte la ilusión, pero Alexander es un tipo muy… diferente a los demás. No se suele aferrar a la gente, es independiente. En conclusión, no se fía de nadie.
-       ¿Por qué? ¿Qué le pasó para que sea ahora así? –quiso saber Eva.
-       No lo sé, de verdad.
-       Parece mentira que seas su prima –dijo desilusionada.

Mientras tanto Carlos estaba a unos metros más lejos de donde se encontraban ellas, lo escuchaba todo con claridad y estaba muy interesado de lo que hablaban.

-       Lo siento, yo sólo quiero ser sincera contigo. Si de verdad te gusta tanto, te lo tendrás que trabajar mucho para que cambie de parecer.
-       Me gustan los retos, y más este –dijo con un tono pícaro.
-       Lo superarás, estoy segura –dijo Amanda.

La hora transcurrió muy fluida, ellas se dedicaron a hablar de lo que se iban a poner mañana por la noche, qué peinado iban a llevar, qué complementos lucir, entre otras cosas más para ser las más perfectas de la fiesta.
Dos pisos más arriba de donde se encontraban ellas, había finalizado el examen de historia y Elena fue enseguida al pupitre de Amelia.

-       -¿Qué tal te ha ido? –preguntó Elena.
-       Bastante bien, me lo esperaba mucho más difícil.
-       Eso es porque te lo sabías todo. A mí me ha salido regular tirando a mal –dijo entristecida Elena.
-       ¿Ah, sí? – Preguntó Amelia preocupada- No te pongas triste, a la recuperación lo aprobarás. 

A la tarde, Amelia tenía planificado pasar unas horas de tranquilidad, sin el estrés diario que requería segundo de bachiller. Quería leer un buen rato el libro que tenía apartado a causa de los exámenes. Luego, estar en el ordenador escuchando música y escribir en su blog, como solía hacer todas las tardes que podía. Le gustaba retratar en palabras como era su vida, adoraba escribir. Compartía sus vivencias con otras personas que también lo hacían con ella, se daban consejos mutuamente y les reconfortaba saber que no estaban solos.
Cuando terminó el capítulo del libro, entró en su blog y empezó a escribir.

Hoy me enfrenté a uno de los exámenes que más temía. Gracias a mis esfuerzos, a horas extra de estudio y horas de sueño acumuladas, me ha salido genial, y es quedarse corto. Estoy muy orgullosa de mí, cada día me enfrento a retos que veo insuperables y me quedo muy sorprendida cuando los logro vencer.
Como os podéis esperar, y creo que estaréis hartos de oír esta frase, la mañana ha sido aburrida y monótona. Odio que sea así, nunca me ocurren cosas interesantes. Me gustaría contaros cosas que os diviertan, pero yo creo que en vez de eso os aburro muchísimo, siento eso, pero no puedo hacer nada para que mi vida no sea un autentico rollo.
A decir la verdad, tengo una novedad, pero por mi parte preferiría que no la hubiese.
Como sabréis, vivo rodeada de gente que fije ser lo que no es, y una de ellas me ha invitado a su fiesta de cumpleaños. Yo creo que lo ha hecho porque es amiga del Bicho que vive en mi casa, además sus padres y los míos se conocen desde siempre y no les parecería correcto invitar a una hija y a la otra no. Ojala no fuera hermana de la quien soy.
Por suerte, tengo una amiga muy sociable, conocida por todos y también está invitada a ir. Me temía ir sola y ser devorada por los tiburones. He tenido suerte en eso, en parte.
Aún no sé qué me voy a poner, supongo que mi madre tendrá algo preparado, sabiendo cómo es.
Mañana os contaré con todo lujo de detalles todo lo que pasó. No sé por qué, pero me espero lo peor.”

Pinchó en “Publicar”, leyó de nuevo el texto para ver si había cometido alguna falta ortográfica.

-       ¿Amelia? –dijo Ana, asomándose por la puerta de su habitación.
-       ¿Si, mamá?

Su madre entró en la habitación y le enseño una tarjeta de crédito.
“Oh, oh” pensó Amelia.

-       Mamá… -susurró ella.
-       ¿He sido bastante clara, no?
-       No quiero ir de compras.
-       ¿Por qué? –preguntó entristecida – Tienes que estar perfecta para mañana.
-       No me gustan los vestidos, ni los escotes, ni ir enseñando medio cuerpo, es casi como ir desnuda.
-       ¡Pero qué dices! Que exagerada eres, hija. No entiendo a quien puedes haber salido diciendo esas cosas.
-       Eso mismo me lo sigo preguntando yo desde hace muchos años –dijo en su susurro para ella misma sin que lo pudiera escuchar su madre.

Ana cogió la chaqueta que tenía colgada de su mesa del escritorio, fue hacia la cama, donde estaba recostada Amelia y le dio la mano para que se levantara.

-       No me obligues, por favor –dijo indignada.
-       Venga, que solo serán un par de horas.
-       Está bien… -dijo sin tener otro remedio que hacerle caso.

Al otro lado de la casa, Eva estaba que sacada humo por las orejas.

-       Venga Eva, algo seguro que tendrás –le dijo tranquilizándola.
-       No Amanda, ¿no ves que no? –dijo casi histérica.
-       Tienes un vestidor como tu habitación de grande y está lleno. ¿Cómo no vas a tener nada? –preguntó Amanda indignada.
-       ¿Será muy llamativo ir con esto, verdad? –dijo Eva enseñándole un vestido azul marino, muy corto y ajustado.
-       Te tomará como una… -dejó Amanda la frase sin terminar.
-       Tienes razón -decía mientras abría las puertas de los diferentes armarios de su vestidor.
-       No te compliques mucho, tú con lo que te pongas vas estupenda –le dijo Amanda.

Al final Eva se decidió con unos shorts vaqueros, bastante cortos pero sin enseñar nada. Una camiseta blanca a rallas azul marino de media manga y unas manoletinas blancas con detalles de color negro.
Se miró al espejo y pensó para si misma que estaba estupenda para él. Su cabello largo, castaño y lacio se convirtió en una melena rizada. Le daba a su aspecto un aire romántico. Se echó maquillaje en polvo, se pintó los labios de un tono rosado, se dibujó la ralla para destacar aún más sus ojos azules y se perfumó con una de sus mejores colonias.

-       ¿Voy bien? –le preguntó a Amanda.
-       ¡Perfecta! – le respondió y la abrazó.

Las dos recogieron sus respectivos bolsos y se dirigieron al único sitio donde encontrarían a Alexander.
A medio camino, Eva empezó a hacerse una idea de cómo sería la conversación que tendrían dentro de unos instantes. Estaba muy ilusionada en volver a verlo.
Ya estaban allí delante, Eva estaba muy nerviosa. Tenía miedo de hacer el ridículo diciendo alguna tontería a causa de sus nervios. No se sentía nada segura de lo que iba a hacer, pero sabía que necesitaba hacerlo.

-       ¿Sobre qué hora termina? –quiso saber Eva.
-       No tardará nada, su hora acaba de terminar, ahora mismo se estará duchando.

El gimnasio donde hacía deporte Alexander se encontraba enfrente de un parque, donde había un par de bancos donde Eva y Amanda se sentaron.
Transcurrieron unos escasos diez minutos cuando Eva lo vio salir por la puerta del recinto.

-       Llámale –le obligó Eva a Amanda.
-       ¡Alex! –gritó Amanda y al instante él se giró para ver de donde provenía la voz de quien le llamaba.
-       ¡Ay que está mirando hacía aquí! –dijo ilusionada Eva.
-       Obvio, lo acabo de llamar… -decía sin mover los labios mientras saludaba a su primo con la mano.

Alexander la vio de lejos y se acercó con la intención de ir a saludarla.

-       ¿Amanda? –Dijo atónito Alexander- ¿Qué haces por aquí?
-       Nada en especial, cambiar de aires, eso de estar siempre por el mismo barrio aburre.
-       Ya te digo –decía mientras miraba a su acompañante.

Estaba recién salido de la ducha, tenía el pelo mojado. Él se retiró el pelo hacía atrás mientras miraba a esa chica que le sonaba de haberla visto en algún sitio antes. Eva se quedó embobada mirándolo. Le pareció el gesto más sexy del mundo. Sus oscuros ojos recorrieron de arriba abajo el cuerpo de Eva y le sonrió.

-       Ella es… -dijo Amanda pero Alexander no le dejó hablar más.
-       Eva, si mal no recuerdo –dijo sin apartar la mirada de ella.
-       ¿Te acuerdas de mí? –preguntó muy sorprendida.
-       No olvidaría una cara tan bonita como la tuya.

Eva se puso roja al instante y agachó la cabeza hacía el suelo.

-       Gracias –es lo único que pudo decir.

Hubo un silencio de unos segundos, Eva alzó la mirada de nuevo y pudo observar con más atención a Alexander. Llevaba una camiseta muy sport a tirantes, donde se podía ver perfectamente sus músculos bien tonificados. Miró más arriba y se encontró con su mirada fijamente sobre ella. En su rostro estaba dibujada una sonrisa con unos labios bien carnosos. Tenía una barbilla prominente y unos pómulos bastante marcados. Su cabello era de un tono marrón oscuro. Debería medir entre el metro ochenta y cinco o el metro noventa. Su presencia impactaba en todos los sentidos.

-       ¿Qué tal te va todo? –le preguntó su prima.
-       Bien, tirando. Como siempre –y volvió de nuevo a observar a Eva.

A la cual le estaban empezando a sudar las manos y notaba cómo sus mejillas ardían de vergüenza.

-       Alexander, antes de verte estábamos comentando que mañana íbamos a ir a una fiesta. Me preguntaba si te gustaría venirte tú también.

“Lo solté” pensó Eva, que se creía incapaz de hacerlo.

-       ¿Dónde es? –preguntó él.
-       En casa de mi amiga, vive en un chalet a las afueras de la ciudad. Tiene un jardín enorme y piscina. No estarán los padres. Fiesta asegurada.
-       Pero no voy a conocer a nadie –dijo pensativo Alexander.
-       Nos conoces a nosotras.

El se quedó unos instantes en silencio hasta que dijo:

-       Me parece buen plan, iré. ¿Voy a recogerte? –le preguntó a Eva.

Ella se quedó atónita al escuchar sus palabras que solo creía que podían ser mencionadas en sus más placenteros sueños.

-       No quiero ser molestia –dijo poniéndose de nuevo roja.
-       En todo caso, sería un placer –y le ofreció una sonrisa hipnótica- ¿Dónde vives?
-       Dos calles más arriba de Alameda, que es Entenza. En el numero 29. ¿Sabes por dónde te digo?
-       Si, pasaré a por ti sobre las… ¿A qué hora empieza la fiesta? –preguntó Alexander.
-       Sobre las diez, así que ven cuando quieras a por mí.
-       ¿A las nueve y media te parece bien?
-       Perfecto –le contestó Eva.

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