domingo, 21 de noviembre de 2010

Capítulo 2

La misma rutina de todas las mañanas, la que le tocaba sí o sí. A altas horas de la madrugada Amelia se quedó estudiando para el examen que tenía el próximo día, muy decisivo para aprobar o no la asignatura. Se arrepintió de haberse quedado tan tarde estudiando ya que ahora se sentía agotada y con sueño acumulado.
Con pereza y desgana se puso el uniforme del instituto, el cual estaba formado por una falda a cuadros que llegaba un poco más arriba de las rodillas, una camisa lisa blanca y unos zapatos negros, que Amelia odiaba.

-       ¡Amelia y Eva, bajad a desayunar! –gritó la madre de las dos hermanas desde el piso de abajo.
-       ¡Ya voy! –le dijo Eva dirigiéndose hacia las escaleras para bajar a piso de abajo.

Amelia salió a toda prisa de su habitación, cogió la mochila de encima de su escritorio, repugnando un poquito más su día a día.
Detrás de ella iba Eva, se estaba terminando de maquillar aplicándose un gloss en los labios. En la otra mano llevaba un espejo pequeño para ver que todo estaba en el sitio donde debía de estar. Amelia oyó “perfecta” susurrar de los labios de su hermana menor.

-       Eva, ¿hace falta maquillarse tanto para ir al instituto? –preguntó Amelia insegura de haber hecho lo correcto preguntándole eso.
-       Hermanita, no quiero asustar a los chicos con la cara de muerta que tengo todas las mañanas, podrías aprender de mí, no te vendría nada mal –y instantes después se rió con malicia de su hermana.
-       Prefiero tener cara de muerta antes que de puerca.
-       ¡Amelia! ¿Dónde están tus modales? –dijo Ana, la madre de las dos, esperándolas al final de las escaleras.
-       Mira lo que me dice tu hija… -dijo Eva con resquemor.

Pasó por su lado para bajar antes que ella por las escaleras, y antes de encaminarse a bajarlas, giro la cabeza hacía Amelia y le echó una mirada fulminante hasta el límite que le empezaron a temblar las rodillas y tubo que mantener el equilibro gracias al aguante de la barandilla.
Eva bajó las escaleras a toda prisa y abrazó a su madre con todas sus fuerzas.

-       Mamá ¿parezco una puerca? –dijo ella con cierto tono de humillación.
-       Por supuesto que no hija, estás preciosa así. –y le besó en la mejilla izquierda- ¿Por qué le has dicho eso a tu hermana?
-       Mamá, porqué es la verdad –dijo Amelia mientras bajaba- ¿A caso me maquilló yo así? No, y eso que tengo dos años más que ella.
-       No te maquillas porque no quieres, pero como poder, puedes. Lo que pasa es que eres una masoquista y quieres pasar desapercibida. Pero yo no, a mi me gusta hacerme notar, que mi belleza natural resalte aún más. Hermanita si tu… -seguía diciendo Eva.

Amelia hizo oídos sordos al discurso que iba diciendo sobre por qué llevar maquillaje. Era un tema del que huía bastante, no estaba nada interesada en la moda y ni mucho menos en el maquillaje. Amelia podría tener el mejor vestuario, de las mejores marcas y diseñadores. Pero ella no era de las que necesitaba cosas para ser feliz. Porque la felicidad para ella no eran bienes materiales, ya que es algo que se compra, y la felicidad no es eso, ni por asomo.
Siguió su trayecto hasta la cocina con la cabeza agachada mirando hacia el infinito, teniendo la cabeza en blanco para no pensar disparates que luego se arrepentiría. Era la solución para no perder la calma en situaciones como la ocurrida.

-       Hola Amelia –saludó Jaime, el padre de ella.
-       Buenos días, papá –y le dio un beso en la mejilla
-       ¿Y esa cara? –dijo su padre al ver su rostro entristecido.
-       Nada, papá. Que tengo un examen a primera hora y estoy muy nerviosa.
-       ¿Seguro qué es eso? – dijo Eva apareciendo por la puerta de la cocina.
-       Si, segurísima. Si crees que me afectan tus comentarios groseros hacia mí, es que no me conoces.
-       ¿Qué ha pasado aquí, chicas? –dijo el padre con tono serio.
-       Nada cariño, tonterías de niñas en plena adolescencia, ya las conoces –decía Ana mientras servia los platos en la mesa.

El desayuno transcurrió fluido entre las conversaciones sobre el trabajo de Jaime. Él era el director de una gran empresa textil. Evidentemente sus ingresos eran muy elevados. Su mujer, mientras tanto, estaba muy atenta a lo que decía su marido, admirándole y halagándole como hacía todos los días. Siempre le daba la razón y nunca se ponía en contra de él. La tenía rendida a sus pies para todo, como una esclava a su dueño.
Terminaron de desayunar y Ana se dispuso a llevar a sus hijas al instituto. Se  dirigían al garaje, que se encontraba en el sótano de las lujosas estancias donde la familia Corvari entre otras más vivían. Ana tenía un Nissan Qashqai, un coche bien equipado y no le faltaba de nada para una ama de casa adinerada.

-       Delante voy yo –dijo con autoridad Eva.
-       Como quieras – dijo Amelia en un susurro apagado.

Eva soltó una risita burlona, le encantaba hacerse con la suya.
El transcurso del viaje de la casa hasta el instituto fue silencioso y como fondo la radio local informando de los últimos sucesos en la actualidad.
Amelia aprovechó la duración del viaje para darle un repaso final al temario estudiado para el examen que estaba apunto de realizar. Mientras Eva se miraba en el espejo puliendo lo que ella consideraba perfección y canturreando una canción de la radio maliciosamente para desconcentrar a su hermana.
Ana las dejó en la puerta principal y ellas se reunieron con sus respectivas amigas.

-       ¡Amelia! ¿Qué tal lo llevas? –le preguntó Elena, su mejor amiga, nada más verla.
-       Bastante bien, he estudiado mucho para este examen, es muy importante.
-       ¡Mucha suerte! – y le dio un fuerte abrazo- Sé que lo aprobarás –dijo sonriente.

Elena era la felicidad en persona. Siempre lo estaba aunque no tuviera motivos para estarlo. Ella era así, una de las mejores personas que había conocido Amelia en su constante entorno de falsedad.
Unos metros más lejos de allí, se encontraba Eva, una de las chicas más populares del instituto, rodeada de gente que la admiraba y chicos que serían capaces de besarle los pies si ella se lo digiera.

-       Eva, ¿te has enterado de la fiesta que va a dar Aroa? –dijo Amanda.
-       Por supuesto, yo fui una de las primeras que invitó. Sin mí, no habría fiesta – y soltó una risita y todos los demás hicieron lo mismo que ella.
-       Hola chicas- dijo Aroa recién llegada.
-       Justamente hablábamos de ti –añadió Javier, el novio de Amanda desde hacia un par de meses.
-       ¿Ah, si? –preguntó.
-       Si tía, todos tenemos muchas ganas de ir a tu fiesta-dijo Amanda.
-       ¡Os juro que será inolvidable! –exclamó Aroa.
-       Eso espero –señaló Eva- Necesito pasármelo bien.
-       Te lo aseguro –dijo sonrientemente.

Sonó el timbre y se encaminaron hacia sus correspondientes clases donde les tocaba la primera hora.
Amanda y Eva coincidían en todas las clase, eran muy amigas porque las dos eran totalmente iguales, aunque como todos tenían sus choques. Las dos provenían de familias de buena posición y adineradas. Eran guapas, altas y con un cuerpo perfecto. Presumidas hasta el extremo, dedicando el tiempo que tenían y el que no también a acicalarse y estar guapas. Se preocupaban mucho por su aspecto físico, así que tenían pocos  días libres, los tenían ocupados con alguna sesión de rayos uva, manicura, peluquería, masajes, ir de compras, entre otras cosas más. Manipulaban a la gente, siempre se salían con la suya costase lo que costase. Formaban un dúo perfecto que tenía a sus pies a todo el instituto, ellos eran los ojos manipulados de la sociedad de hoy en día, individuos fáciles de engañar.

-       Carlos, pásale esta notita a Amanda –dijo Eva girándose hacia detrás para darle el trozo de papel.
-       Por ti, lo que sea –dijo Carlos seductoramente acercándose mucho al rostro de Eva y mirándola fijamente.

Carlos llevaba incontables años enamorado de Eva. Aún no entendía por qué no estaba con ella. Se había informado de su gusto sobre los chicos y hacía todo lo posible para parecerse al prototipo perfecto de Eva. Él le dejaba muy claro que iba detrás de ella, en cambio Eva no mostraba ningún interés por él. Lo tenía que dejar por imposible, no debería perder más el tiempo.
Cuando le dio la nota, el le acarició la mano suavemente. Ella enseguida apartó la mano, rechazándole.

-       Gracias –y le propinó con una perfecta sonrisa de anuncio y volvió a ponerse como estaba.
-       Toma –le dio Carlos a Amanda.

Amanda abrió el papel intrigada por su contenido.
“¿Sabes que te quiero mucho, verdad? Por favor, me tienes que hacer un favor. Eva”
Amanda ya sabía por donde iban los tiros y que todo estaba relacionado con él.
“Creo que me puedo hacer una idea del favor que quieres que te haga, y sí, te ayudaré, pero cuéntame”
Amanda le paso la nota a Carlos y él a Eva. Cuando leyó lo que puso,  una sonrisa se dibujo en su rostro al mismo tiempo que en el papel.
“¡Gracias, gracias, gracias! Este sábado tu primo tiene que venir a la fiesta de Aroa.”
La contestación de Amanda fue:
“Lo haría encantada, aunque a mi primo no le van esas fiestas, ya sabes como es, aún así, lo convenceré diciéndole que vas tú”

-       Basta ya ¿no? –dijo molesto Carlos harto de pasar el papel.
-       Anda cállate Carlitos que no te cuesta nada –repuso Amanda.
-       La última vez.

“Pero ¿Se acordará de mí? Hace tanto que me lo presentaste que ni siquiera sabrá quien soy”
Eva le dio el papel para que se lo pasase a Amanda pero él no le hizo caso.

-       Venga Carlos, que al papel no le van a salir patas.

Él seguía sin hacerle caso, pero en abrir y cerrar de ojos tenía la notita entre sus manos y empezó a leerla.

-       Dame eso, no es de tu incumbencia –gritó Eva en plena clase, toda la gente que estaba en el aula se giró en la dirección donde estaba ella para saber que pasaba.

Amanda también se levantó para ayudar a Eva a recuperar la notita.

      -   ¡Señoritas Corvari y Rodríguez y señorito Sánchez! ¿Qué hacen? –dijo la profesora Luisa interrumpiendo la clase.
-       Él tiene algo que me pertenece y no me lo quiere devolver –dijo Eva.

La profesora se acerco hacia ellos y comprobó que se trataba de una notita.

-       ¡Sabéis que no tolero este comportamiento en clase, ni que no atendáis y aún menos que os enviéis notitas absurdas, fuera de clase ya! –gritó a los tres y  se fueron directos al pasillo.
-       Perfecto, nos han echado de clase, así podré hablar mejor contigo –dijo Eva.
-       ¿No llamará por teléfono a casa? –dijo preocupada Amada.
-       ¡Qué va! Ni siquiera sabrá cómo utilizar uno –dijo con una risa burlona y las dos empezaron a reírse a carcajada pura al cabo de unos momentos continuó diciendo – Amanda, por lo que más quieras, Alexander tiene que venir a la fiesta, será la oportunidad perfecta.
-       ¿La oportunidad perfecta para qué? –preguntó Amanda.

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