sábado, 25 de diciembre de 2010

Capítulo 24


-          Algún día escucharé lo soñado.
-          Cuidado con lo que deseas. 

Eva le propinó una mueca, no del todo segura de entenderle del todo bien.
Ya llegó la hora de la despedida, Eva le dio un aferrado beso pasional a los suaves labios de Alexander. Pero él no lo sintió como tal. Se forzó a actuar, como si Alexander estuviera al mismo nivel de sentimiento y amor que el de Eva sentía por él. 
Pero no iba a engañarse, desde esa tarde que tocó aquella piel deseada desde el primer momento en que la vio, no deseaba ninguna más.
Aquella era la verdad, nada iba a forzar para contradecir sus sentimientos a sí mismo. No podía vivir engañado sintiendo falsos sentimientos.

La misma trayectoria, gestos igualitarios, idénticos rostros, similares clientes. Todo era demasiado simétrico.
¿Quién iba a romper aquella rutina? Sabía el ambiente cambiaria a partir del viernes. La complicación se presentaría a la madrugada del viernes. La apuntó a la permanente lista de problemas. ¿Cuántos eran ya? Hacía tiempo que había perdido la cuenta.
Aún llevaba dentro de su bolsillo aquella notita arrugada, en el momento en que la leyó le entró una imprevista rabia. Pero ¿de qué debía de temer de una adolescente oprimida por la clase dominante? Pero no iba a relajarse. Por ella, literalmente, se estaba jugando el cuello. Era consciente de una información totalmente confidencial, solo el conocedor debía saberla.
Era como una bomba a punto de estallar, pudiendo ser detonada el cualquier momento. La cuenta atrás había empezado esa misma tarde.
Debía silenciarla. Ahora tendría que encontrar el modo.
Un saludo más, y logró posicionarte en aquel despacho del gran jefe.

-          Siéntate –decía con un tono más serio de lo normal.

Pudo intuir de qué algo ocurría, y no para bien.

-          Buenas noches –dijo Alexander educadamente pero sin quitarse la tensión del cuerpo.
-          ¿Les has echado un vistazo?
-          Yo hice el turno de mañana, dormían todas. Esta tarde creo que le tocaba a Diego, o tal vez Raúl.
-          De acuerdo.

Le dio un sorbo a la copa que siempre ocupaba aquel pequeño rincón de la mesa. Siempre, desde que lo conocía, veía como cada día bebía aquella misma bebida, en el similar vaso.

-          ¿Le pasa algo?
-          Solo recordaba. Estoy melancólico. Aquella chica…
-          ¿Qué chica? –cuestionó esperándose no pasarse de la cuenta.
-          Ya sabes de quién estoy hablando.

Claro que lo sabía, aquella misma cara puso cuando la vio, idéntica. Aquel gesto en su rostro de deseo hizo revivir de nuevo el momento en la mente de Alexander.
No pudo evitar sentir un dolor punzante en su cabeza que le hizo ver borrosamente durante unos escasos segundos.
No pintaba nada bien la situación.

-          Ya sabe, ella buscaba la vacante de camarera, nada más.

Empezó a mover la pierna intentado calmar su nerviosismo. Tenía totalmente los dientes apretados hasta tal punto de empezarle a doler tanta fuerza empeñada.

-          Una verdadera lástima, pero no quiere decir que me quede con las ganas de probarla.

Como si fuese algo comestible.
Alexander no contestó a su comentario, cada palabra que debería ser dicha era demasiado peligrosa por ser escuchada.
Debería largase antes de cometer un error, un error imborrable.

-          ¿Está enterada del verdadero negocio? Por cierto ¿Cómo se llama?
-          Sí, y está totalmente informada sobre la confidencialidad que debe ejercer. Su nombre es Amelia, Amelia Corvari.
-          Bonito nombre.
-          Así es.
-          ¿Cómo la conociste?

¿Por qué tenía un gran alto nivel de interés en aquella inocente adolescente? Tan solo se trataba de una más, tan normal que aborrecía.
Eso era lo que la gente sentía al verla por primera vez, señaló Alexander en sus pensamientos. Pero no… en él no había provocado aquella sensación, sino una totalmente distinta y temerosa de ser tan clara y pura.

-          Amigos en común. Ella estaba necesitaba de trabajo y le ofrecí uno.
Pablo apoyó su barbilla en la mano, desvió la mirada sin rumbo fijo. Parecía totalmente concentrado en lo que quisiera que pensara.

-          ¿A qué día de la semana estamos hoy?
-          Miércoles.

Sí, tanto Pablo como Alexander contaban los días que faltaban por volverla a ver una vez más.
Durante toda aquella noche, Alexander no pudo quitarse de la cabeza aquella conversación que había tenido con su jefe.
Tantas preguntas no tramaban nada bueno.

*
-          Un beso amor mío –y colgó el teléfono.
Amelia no pudo evitar una risita burlona parada al final del pasillo, donde Eva salía por la puerta de su habitación con las mejillas sonrojadas.
-          ¿Y tú de qué te ríes? –le acusó la hermana menor.
-          De tu suposición.
-          ¿De qué? –decía sin entenderla.
Palabras demasiado técnicas para un celebro cerrado a nuevo vocabulario que no fuese en términos de moda y estética.

-          No te pertenece –dijo con total firmeza Amelia.
-          Y a ti nadie te ha dicho que te metas en mis conversaciones privadas.
-          Si no quieres que te escuche, ve a tu habitación donde nadie te moleste –le contraatacó.
-          Estoy en mi casa, hablo donde y cuando me dé la gana.
-          Lo mismo digo.
Miró por un instante la pantalla de su móvil, y de repente le miró con una mirada feroz. 

-          Últimamente te estás revolucionando. Esto para aquí, ya –decía mientras lentamente se acercaba a Amelia.
-          Ya no tengo límite, hermanita.
Tenía a Eva delante mismo, Amelia no temblaba, ni respiraba con dificultad. Tampoco su corazón se aceleraba de una manera imparable. Ya no le tenía miedo.

-          Pobrecita, hasta me das lástima. Creer que estás por encima de mi… sabes que no te lo crees ni tú misma.
-           Si que lo creo. La que me da pena eres tú.
-          Yo soy tu yo inalcanzable. Me tienes envidia desde que nací. Sabes que papá y mamá me quieren más a mí.
-          Y también sabes que Alexander no te quiere tanto como papá y mamá… Ni tampoco te  da tanto como tu le ofreces. Sabes que esas discursiones siempre estarán presentes. Prácticamente no lo conoces, y por lo visto, tampoco te conocerá a ti para soportarte. Nunca alcanzarás ese estado de perfección en lo que tú dices que es una relación. No te engañes a ti misma.
Eva hizo gesto de total sorpresa, una furia contenida estaba empezando a estallar.  Amelia nunca se había sentido tan segura de decir aquello que ha bría sido impensable ser dicha tiempo atrás.

-          No tienes ni idea de lo que estás hablando, niñata ignorante. No te metas entre él y yo –decía con una firme voz amenazante- Nunca, nunca voy ya permitirte que uses de nuevo ese tono desafiante conmigo, sabes que estás por debajo de mí, no juegas en la misma liga de mandato.
-          Tan solo advierto, luego no me digas que no te avisé. Muy en el fondo, te hago un favor.
-          ¿Qué vas diciendo? ¡No lo conoces!
-          Sí, eso es lo que tú tienes entendido. Que solo lo conozco de una noche. Mejor que te quedes con eso, para el bien de todos.
Como la rapidez de un relámpago, abrió la puerta que tenía a sus espaldas. En un abrir y cerrar de ojos, desapareció de la vista de Eva, dejándola con demasiadas preguntas sin formular.

1 comentario:

  1. Woowww!! enserio!! me ENCANTA tu nove! hoy me leí todos tus capitulos!! porfavor siguela !!!!!!

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